El hurón de los cometas
Messier fue un astrónomo con una devoción monomaníaca por los cometas pero, para su desgracia, por lo que ha pasado a la historia de la astronomía es porque compiló el primer catálogo de objetos difusos del cielo.

Charles Messier era un astrónomo apasionadamente enamorado de los cometas. Nacido en 1730, este francés deseaba encontrar cometas, cazar cometas con su telescopio. En total, a lo largo de su vida descubrió trece, y entre ellos el que ha pasado más cerca de la Tierra en toda la historia conocida D/1770 L1 o el cometa Lexell en honor a Anders Johan Lexell, el astrónomo que calculó su órbita a finales del siglo XVIII. El problema al que se enfrentaba Messier (y en general todos los cazadores de cometas) es que en el cielo hay objetos, tales como nebulosas, que pueden inducir a error y te pueden hacer creer que estás observando un cometa cuando en realidad miras una nube de gas muy lejana.

Ese error lo cometió en 1758, cuando todo el mundo aguardaba el regreso de un cometa que al final recibiría el nombre de Halley. Como ayudante del director del Observatorio Naval de Francia se le había encargado la misión de encontrarlo. Messier, deseoso de ser la primera persona en verlo en el siglo XVIII, se puso a buscarlo afanosamente en todos los lugares previstos por la teoría. Se pasó así año y medio y cuando por fin lo encontró el director del observatorio le obligó a posponer el anuncio durante un mes hasta confirmar que realmente era el cometa. Pero entonces ya otros astrónomos lo anunciaron y se difundió la noticia de su reaparición. Cuando Messier pudo por fin anunciar su descubrimiento, muchos se burlaron de él. Por desgracia, esta no fue la única decepción de aquel año. En septiembre, Messier creyó haber descubierto un cometa en la constelación de Tauro, pero observaciones subsiguientes revelaron que el supuesto cometa no se había movido ni un ápice de su posición en el cielo: lo Messier descubrió no era un cometa, sino lo que hoy conocemos como la Nebulosa del Cangrejo. Puede parecernos extraño confundir un cometa con su magnífica cola con una nebulosa, pero eso solo sucede cuando están ya lo suficientemente cerca del Sol. Cuando están lejos, el aspecto que tienen es exactamente una mancha de luz borrosa, y eso sí que lleva a error.

El catálogo Messier
Después de semejantes decepciones Messier no podía arriesgarse, y se empeñó en la búsqueda y localización de aquellos objetos celestes que podrían hacerse pasar por sus bienamados cometas. Repasó los cielos y la literatura, y trazó un cuidadoso esbozo de cada unos de los objetos que podían llevarle a error. De este modo compiló el clásico catálogo de Messier u objetos Messier, una pequeña joya para los astrónomos aficionados. En él los objetos celestes se designan mediante una M mayúscula y un número detrás. Del primero de la lista, la Nebulosa del Cangrejo o M1, escribió: “Esta nebulosa tiene tal parecido como un cometa, en forma y brillo, que me he esforzado en encontrar otras, para que los astrónomos no confundan estas nebulosas con cometas que acaban de empezar a brillar”.
En 1784 publicó su catálogo con 103 manchas borrosas del cielo que corresponde, no sólo a nebulosas, sino a galaxias y cúmulos de estrellas. Todos ellos sin ningún interés para el francés, que sólo tenía ojos para los cometas. Su pasión era tan grande que el rey Luis XIV le llamaba el hurón de los cometas.

Un verdadera pasión
Para darnos cuenta de hasta dónde llegaba su pasión, hay una historia referida al día en que murió su esposa. Esa noche renunció a observar como cada noche el cielo en busca de cometas para estar junto al lecho de su mujer. Y, mira por donde, esa noche un astrónomo aficionado francés descubrió un cometa que sin duda Messier habría sido observado si no hubiera estado cuidando de su esposa moribunda.
Días más tarde, un conocido le presentó sus condolencias por la irreparable pérdida a lo que el agradecido Messier le confió lo mucho que le había trastornado que se le escapara lo que hubiera sido su decimotercer cometa descubierto. Quizá a continuación hubo un momento de embarazoso silencio, momento en el que Messier se dio cuenta de lo que en realidad le estaba diciendo el amable visitante. Fue entonces cuando agregó: “¡Ah! La pobre mujer”.