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¿Por qué el sistema reproductor femenino es hostil a los espermatozoides?

Los biólogos han constatado que la hembra en la mayoría de las especies es tan promiscua o más que el macho, pero sorprendentemente ese ''deseo'' que la impulsa a reproducirse tiene un grave enemigo: su propio sistema reproductor.

Esencialmente las especies evolucionan porque se producen “errores” en la copia de la macromolécula base de la vida, el ADN. Sin embargo, si la evolución dependiera exclusivamente de las mutaciones aleatorias, sería aburridamente tarda. Pero la mayoría de los seres vivos descubrieron hace entre 1700 y 1500 millones de años un mecanismo maravilloso capaz de producir una gran variedad de combinaciones genéticas en cada generación: el sexo.
Además de mover el mundo, el sexo es fuente de diversidad pues con la reproducción sexual los genes de los padres se combinan y recombinan en cada generación produciendo una configuración genética única. El sexo baraja las cartas del genoma y permite probar multitud de combinaciones que sólo por mutación necesitarían millones de años. Claro que tiene sus inconvenientes. El mayor es la pérdida de la inmortalidad. Si nos reprodujéramos asexualmente, con cada división produciríamos clones de nosotros mismos. Salvando las inesperadas y escasas mutaciones, seríamos como las bacterias, que se mantienen prácticamente tal como eran hace miles de millones de años. El sexo nos hace mortales.
Esa mortalidad nos obliga a ligar. Da igual ser el más veloz, el mejor buscador de comida o el más hábil evitando a los depredadores: si eres incapaz de seducir a una pareja tus genes se perderán como gotas de agua en la lluvia. La necesidad de reproducirse ejerce una presión altísima en el comportamiento animal, como por ejemplo la promiscuidad que se observa en las hembras.

El misterio de la promiscuidad

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El misterio de la promiscuidad

Como dice la bióloga Olivia Hudson, “en la mayoría de las especies, las hembras son más lascivas que santas”. Además, y para horror de los puritanos, la promiscuidad desordenada no es ningún “mal funcionamiento”; las hembras obtienen pingües beneficios de tal comportamiento. Por ejemplo, cuando están en celo la hembras de los conejos presentan tasas de concepción más elevadas si se aparean con varios machos, y la hembra del lagarto ágil pone más huevos cuantos más amantes haya tenido. Y tengamos en cuenta una cosa: hasta donde sabemos, las hembras de las especies de primates más promiscuas tienen una mayor capacidad de orgasmo.
Así, de entre las hembras de animales superiores unas de las más promiscuas son las chimpancés, pero nadie sabe porqué. Algunos biólogos piensan que así provocan la competencia espermática mientras que otros son proclives a pensar en lo que se llama la teoría de la ofuscación: al aparearse con una gran cantidad de machos ninguno puede saber si el hijo no es suyo -ni siquiera ella- y teniendo en cuenta que el infanticidio es un riesgo claro y real en las poblaciones de chimpancés, la hembra evita que cualquier macho asesine al pequeño porque podría ser suyo.
La promiscuidad de las hembras sigue siendo una incógnita, sin embargo todo apunta -o al menos eso piensan la mayoría de los investigadores- a que intentan evitar en lo máximo posibles incompatibilidades genéticas. Esta idea no ha podido ser verificada salvo en algunas especies, como en la abeja melífera. Para algunos biólogos las incompatibilidades entre genes masculinos y femeninos son más comunes de lo que podríamos imaginar. Por otro lado, sabemos que la incompatibilidad genética es una causa de infertilidad en bastantes especies. En el ser humano, por ejemplo, son infértiles una de cada diez parejas y de esas entre un 10 a un 20% de los casos se debe a una incompatibilidad genética.

Espermatozoides a tituplén

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Espermatozoides a tituplén

Evidentemente otra de las razones de la infertilidad está relacionada con los espermatozoides; mas bien, con el número que el macho produce. Y la diferencia entre especies es, en muchas ocasiones, abismal, lo que despierta preguntas interesantes. Por ejemplo, ¿por qué el pájaro maluro espléndido o ratona australiana franjeada, que no es mucho más grande que un puño, necesita eyacular más de 8 000 millones de espermatozoides mientras que un hombre solo suelta unos míseros 180 millones? Podríamos pensar que es por la dificultad de que un espermatozoide alcance el óvulo, sin embargo se conocen numerosos contraejemplos. Por ejemplo, los peces, que no se unen para copular sino que arrojan al mar el esperma y los óvulos. Esta estrategia hace que sea bastante complicado encontrarse, sobretodo si, como sucede, el número de espermatozoides de los peces no supera el de óvulos.
En el caso de aves y mamíferos, que sí copulan, el número de espermatozoides es enorme. Ahora bien, sí existe una correlación entre el volumen de esperma emitido por el macho y la promiscuidad de la hembra: cuanto más promiscua es la hembra de las especie, más espermatozoides genera el macho. Es la competencia espermática en funcionamiento y conduce a que los machos posean testículos mayores de lo que le correspondería según su tamaño corporal.

Un peligroso camino al óvulo

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Un peligroso camino al óvulo

Otro factor a tener en cuenta es si la hembra ha convertido el camino al óvulo en un campo de minas. Y esto es muy misterioso porque si una especie necesita reproducirse para no desaparecer, ¿por qué el tracto reproductor femenino es hostil a los espermatozoides? La elevadísima tasa de muerte espermática se conoce desde hace tres siglos pero nadie ha podido dar una explicación sólida de porqué es así. Y es que incluso en aquellas especies donde las hembras almacenan los espermatozoides para su uso posterior, el número que retienen es muy bajo: una abeja reina, que recibe por término medio algo más de 100 millones de espermatozoides provenientes de casi dos decenas de machos, solo conserva el 5% del total que recibe para fecundar los huevos.
Otro caso es el ser humano: el ambiente ácido de la vagina solo deja pasar el 10% de todos los espermatozoides eyaculados, y si lo superan empieza una verdadera carrera de obtáculos mortal: nada más notar la presencia de espermatozoides en el cuello del útero, se empieza acumular un ejército de leucocitos en tal número que a las cuatro horas de la cópula es del orden de los mil millones. Están ahí porque liberan radicales libres de oxígeno que afectan a la movilidad de los espermatozoides. De este modo, cuando alcanzan las trompas de Falopio, el lugar donde tienen alguna probabilidad de encontrarse con un óvulo, su número ha quedado reducido a unos pocos centenares. Semejante escabechina es lo que hace que un hombre con una tasa de espermatozoides de 50 millones se le considere estéril.
La carrera hacia el óvulo suele terminar con un único espermatozoide ganador, ¿pero qué sucede si llegan varios a su interior? En el ser humano el óvulo no se desarrolla, pero en el ctenóforo hermafrodita Beroe ovata, un animal de 15 cm que a primera vista se parece a las medusas y que vive en el océano Atlántico y el Mediterráneo, el núcleo del óvulo se pasea por la célula visitando uno a uno a los espermatozoides que han entrado, hasta decidir con cuál se fusiona. Y no lo hace con el último que visita: a veces da la vuelta para hacerlo con otro al que ha visto con anterioridad. ¿En base a qué toma esa decisión? No lo sabemos. ¿Sucede también esto en otras especies? Tampoco lo sabemos.
Referencia:
Hudson, O. (2003) Dr. Tatiana's Sex Advice to All Creation: The Definitive Guide to the Evolutionary Biology of Sex, Holt

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