¿Sabes cuántas coincidencias tuvieron que darse para el descubrimiento de la penicilina?
El descubrimiento de la penicilina, el gran avance médico de la primera mitad del siglo pasado, fue posible gracias a una cascada de casualidades.
En la década de los años 20 el escocés Alexander Fleming era un experto en unas bacterias llamadas estafilococos. Debido a ello le pidieron que escribiera un capítulo sobre ellas en un compendio de bacteriología que iba a publicar el Consejo de Investigaciones Médicas británico. A finales de 1927, mientras escribía su capítulo, leyó un artículo que le llevó a interesarse por una clase muy particular de estas bacterias, el Stafilococcus aureus.
Por entonces el alergólogo alemán Storm van Leeuwen se encontraba dando un ciclo de conferencias en el Hospital St. Thomas de Londres. Allí presentó la teoría de que algunos pacientes con asma eran alérgicos a determinados mohos habituales en sus casas. John Freeman, alergólogo del Hospital St. Mary donde trabajaba Fleming, pensó que sería interesante investigar en esta línea. Para ello contrató a un joven micólogo irlandés llamado La Touche para cultivar los mohos. La Touche, que ocupaba el laboratorio situado justo debajo del de Fleming, consiguió aislar uno, el Penicillium notatum. Ambos laboratorios tenían unas ventanas prácticamente imposibles de abrir, por lo que trabajaban con la puerta abierta, especialmente durante los meses de verano. Como La Touche no disponía de campana de gases, la atmósfera de su laboratorio estaba llena de esporas de Penicillium. No hace falta decir que algunas de ellas volaron hasta el de Fleming.
Vacaciones a la gloria

Fleming
A la vuelta de sus vacaciones, en septiembre de 1928, Fleming, que era bastante descuidado y sólo limpiaba las placas de cultivo cuando se le acumulaban en el fregadero, se dispuso a limpiar su laboratorio. Por casualidad (y ya van…) la placa contaminada con Penicillium se encontraba encima de las demás, y al colocar todas sobre la bandeja observó cómo la colonia de estafilococos se descomponía en contacto con el moho.
La destrucción de un cultivo puro de bacterias como consecuencia de una exposición inadvertida a los contaminantes atmosféricos es un problema habitual entre los bacteriólogos. El gran mérito de Fleming fue precisamente no tirar a la basura su cultivo contaminado. Escribió un artículo explicando su descubrimiento, pero no despertó casi interés. Además todos sus intentos por obtener un extracto puro de la sustancia que mató a las bacterias fueron un fracaso.
Y llegó la penicilina
En 1939 un grupo de científicos de la universidad de Oxford se lanzó a buscar un método para conseguirlo y dos años más tarde realizaban el primer ensayo clínico. El resultado cumplió con el viejo adagio de "el tratamiento fue un éxito pero el paciente se murió". Por ejemplo, a uno de los pacientes, un policía con una infección avanzada, le inyectaron una solución de penicilina. A las 24 horas mejoró, 5 días más tarde la fiebre desapareció y la infección empezó a remitir. Pero para entonces los investigadores ya le habían proporcionado toda la penicilina disponible -el contenido de una cucharita de café- y la infección, que todavía seguía virulenta, volvió a tomar las riendas y el pobre hombre murió. Un segundo paciente también murió pero el tercero, un chaval de 15 años con envenenamiento de la sangre por estafilococos, se curó.
Las bondades de la penicilina
Comparada con otros medicamentos de la época la penicilina poseía grandes ventajas: podía aplicarse directamente a los tejidos humanos, era más potente que el fenol como inhibidor bacteriano y era activa frente a muchas especies de bacterias, incluidas aquellas que causan la meningitis, la gonorrea y las infecciones por estreptococos, como la inflamación de garganta. También demostró ser un antibiótico más eficaz que las sulfanilamidas y sin sus efectos secundarios –estas son tóxicas para los riñones-. También se encontró que no era necesario inocular soluciones muy puras: los estreptococos, por ejemplo, son sensibles a diluciones muy bajas, del orden de 1 parte en 50 millones.
Pero su estructura química no se había resuelto y por ello no podía sintetizarse. Extraída de mohos, era trabajo de microbiólogos no de químicos. En julio de 1943 las compañías farmacéuticas norteamericanas producían 800 millones de unidades del nuevo antibiótico. Un año más tarde tocaban techo: 130.000 millones de unidades por mes.

Hospital de Fleming
Durante la II Guerra Mundial miles de químicos en 39 laboratorios de EE UU y Gran Bretaña trabajaron duramente para establecer la estructura química de la penicilina, algo que se consiguió en 1946 y, gracias a ello, fue sintetizada en 1957.
Lo más curioso de toda esta historia de casualidades encadenadas es que durante bastantes años Fleming estuvo convencido de que su descubrimiento tenía un interés exclusivamente académico, y que nunca tendría una aplicación real.
Referencias:
Rowland, J. (1957) The Penicillin Man: the Story of Sir Alexander Fleming, Lutterworth Press