Cómo salir de la Tierra nos ayudó a conocer mejor nuestro planeta
Llevamos milenios intentando desvelar los misterios de nuestro planeta, pero no ha sido hasta que hemos conseguido salir de él que hemos empezado a entenderlo y estudiarlo como un todo, como un sistema de sistemas interconectados. Hacemos un repaso sobre las incontables lecciones que hemos aprendido recientemente.
Para apreciar un buen cuadro a veces hace falta verlo desde cierta distancia, para poder observar el conjunto, más que los detalles. Lo mismo ocurre con nuestro planeta. Las mediciones que llevamos siglos haciendo desde la superficie nos han permitido conocerlo en detalle, pero no fue hasta que empezamos a observarlo desde el espacio que empezamos a crearnos una imagen global de él. Pasamos de estudiar volcanes, mares o nubes concretas a estudiar un planeta.
Desde que la Unión Soviética lanzara la sonda Sputnik 1 al espacio en 1958, hemos estudiado nuestro planeta desde incontables enfoques diferentes. Las mediciones de esta sonda fueron muy rudimentarias, pero aún así consiguió darnos información sobre la densidad de las capas altas de la atmósfera y sobre la concentración de electrones en la ionosfera, entre otros datos.
La atmósfera ha sido estudiada ampliamente desde el espacio. En este caso resulta evidente el hecho de que no podemos concebirla como una multitud de sistemas locales independientes, sino que toda la atmósfera juega un papel, aunque sea a largo plazo, en el tiempo atmosférico y el clima de una región concreta. Es por eso que en Valencia y Nueva York, a pesar de estar a una latitud similar y al nivel del mar, hay un clima diferente. En Valencia por ejemplo no nieva desde hace décadas mientras que en la ciudad de Nueva York nieva cada año copiosamente.
La NASA lleva décadas estudiando la atmósfera. En 1960 lanzó su satélite TIROS 1, que aunque sólo estuvo operativo durante dos meses y medio, demostró la viabilidad de monitorizar las nubes y patrones atmosféricos desde el espacio y nos dió las primeras predicciones meteorológicas con datos recabados desde la órbita terrestre. A este satélite han seguido varias series que han operado durante décadas, como los satélites Nimbus que operaron entre los 60 y los 90, o los satélites GOES y POES, que están en activo en la actualidad. Estos satélites nos dieron por ejemplo las primeras imágenes de huracanes desde el espacio, o incluso monitorizar la capa de ozono.
Aunque el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida se descubrió con mediciones desde tierra, desde el propio continente helado, el análisis detallado y el seguimiento se han hecho desde el espacio. Gracias a los datos recabados durante décadas pudimos asignarle un origen humano al problema, plantear una solución contundente y hemos podido observar cómo ésta se ha ido recuperando desde entonces.

Cómo salir de la Tierra nos ayudó a conocer mejor nuestro planeta
Gracias a las observaciones desde el espacio hemos podido comprender mejor la vida, sus ciclos y procesos. Hemos podido observar cómo las algas invaden lagos enteros en cuestión de semanas, cómo las grandes manadas de mamíferos africanos migran cada año, cómo crecen o mueren incontables bosques y selvas, entre ellos el Amazonas o también cuánto defecan los pingüinos. Puesto que estas aves pasan gran parte de su vida sobre el hielo y el color oscuro de sus heces contrasta mucho con el blanco radiante del hielo, hemos podido observar los restos que dejan tras su paso. Estas observaciones por ejemplo nos han permitido descubrir hasta 26 colonias desconocidas, doblando la población conocida de estos animales.
Estos satélites también nos permiten estudiar los efectos del cambio climático, y de hecho nos han permitido asociar su causa a los seres humanos de manera inequívoca. Una de las consecuencias más evidentes y conocidas de este cambio climático y del calentamiento global que lo provoca es el deshielo. Gracias a diferentes satélites, como los ICESat y ICESat 2 de la NASA, hemos visto cómo se encogen los glaciares del mundo y cómo va disminuyendo la extensión ocupada por el hielo en el casquete del polo norte año tras año. También nos permiten monitorizar incendios forestales y nos ayudan a combatirlos o las sequías y cómo afectan a los cultivos de alimentos en diferentes partes del mundo.
Estas observaciones se englobarían dentro de lo que se conoce como la Agricultura de Precisión, que pretende utilizar la tecnología y el conocimiento científico para proteger y potenciar esta práctica. Estas medidas se toman en gran parte in situ, con sensores dispuestos en los propios cultivos, pero también desde la capas altas de la atmósfera.
Todas estas observaciones tienen aplicaciones científicas pero también comerciales y económicas. Un claro ejemplo de esto es por ejemplo la monitorización que se hizo de la nube de ceniza que emanó del volcán Eyjafjallajökull de Islandia en 2010, que cerró el espacio aéreo de media Europa. Esto evitó accidentes y pérdidas millonarias y permitió reabrir las rutas correspondientes cuando mejoró la situación.
También desde la Estación Espacial Internacional se llevan a cabo observaciones de este tipo, como por ejemplo con su RapidScat, un instrumento de radar que mide la velocidad y dirección del viento sobre los océanos. Los datos recabados por las agencias espaciales nacionales, especialmente los recabados por la NASA, pues es la que dispone de más recursos y lleva más tiempo en esto, son imprescindibles para países en desarrollo que igual no tienen la capacidad o la infraestructura para llevar a cabo este tipo de estudios.
Referencias:
Learning About Earth From Space, NASA