Negacionismo, el enemigo de la ciencia
Desde la segunda mitad del siglo XX ha ido creciendo una antipatía hacia la ciencia formal, la que se hace en universidades y centros de investigación.
La veneración que había por la ciencia en los años 1950 ha desaparecido. Seguimos teniendo fe en los milagros tecnológicos, pero muy poca en quienes son capaces de producirlos. El problema del hambre en el mundo ilustra lo que está pasando. En el África subsahariana, donde decenas de miles de personas mueren todos los días de inanición, hay gobiernos como el de Zambia, con 2,4 millones de personas en esta situación, que en 2002 rehusaron recibir del World Food Program varias toneladas de “venenosas” semillas modificadas genéticamente. Ese gobierno prefirió dejar que sus ciudadanos murieran de hambre.
Esta forma de pensar, irracional, guiada por la ideología o la religión y que desprecia toda evidencia empírica que no la apoye, se llama negacionismo científico. El término negacionista surgió por primera vez para referirse a los autodenominados revisionistas del Holocausto, que niegan la realidad del asesinato sistemático de judíos en los campos de exterminio. Así, para Robert Gallo, uno de los descubridores del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), negar que éste sea el causante del sida es similar a negar el Holocausto.
En cierta forma no le falta razón. Hace unos años en Sudáfrica, la ministra de Sanidad y ginecóloga Manto Tshabalala-Msimang mostraba una clara animadversión por los retrovirales mientras cantaba las alabanzas del ajo, la remolacha, el limón, el aceite de oliva y la patata africana como "cura" para esta enfermedad infecciosa. En Sudáfrica, con 5 millones de infectados con el VIH, ¿se podrá cuantificar alguna vez el daño provocado por ese gobierno anticientífico? Similar es el empeño que ponen los líderes musulmanes del norte de Nigeria. En 2003 prohibieron a sus fieles vacunarse contra la polio porque, decían, era parte de una conspiración occidental para esterilizar a las niñas musulmanas y aumentar las infecciones por VIH. ¿Consecuencia? Las infecciones de polio han aumentado drásticamente y algunos de los fieles infectados que viajaron a la Meca la propagaron entre sus correligionarios, provocando brotes de polio en otros 12 países.
Los antivacunas

Antivacunas
Otra forma de negacionismo es afirmar la existencia de una relación entre dos fenómenos a pesar de que no haya pruebas científicas de ella. Esto es lo que sucede con la idea de que la vacunación provoca, entre otras enfermedades, autismo. Esta nació en 1998, cuando un grupo de médicos liderado por Andrew Wakefield publicó en la revista médica Lancet un estudio donde aseguraba que había una conexión entre la vacuna triple-vírica y los síntomas del autismo. El pánico cundió entre los ingleses y en un año las vacunaciones cayeron del 92% al 73%. Incluso llegó hasta el número 10 de Downing Street: el primer ministro Tony Blair se negó a revelar si había vacunado a su hijo más joven. ¿Las consecuencias? En 2006 y 2007 el número de casos de sarampión en Inglaterra y Gales fueron mayores que en el conjunto de los diez años anteriores, y en 2008 subió un 50% más.
El efecto pernicioso del movimiento antivacunación es difícil de evaluar. El número de padres que no vacunan a sus hijos sigue subiendo y ha hundido el objetivo de la OMS de erradicar el sarampión de Europa.
Miedo a la ciencia
El miedo es más infeccioso que los virus, sobretodo si entre quienes lo propagan hay famosos como Jim Carey y la que fuera su mujer Jenny McCarthy. Sus argumentos contra la vacunación de los niños eran devastadores: cuando en un programa de TV tres médicos mostraron su profundo desacuerdo con la ex-modelo de Playboy, ella simplemente gritó “¡mierda!”.
En 2001 un comité creado ex-profeso por la prestigiosa Academia Nacional de Ciencias publicó su informe sobre la supuesta conexión entre las vacunas y el autismo. Entonces hordas de negacionistas se echaron sobre él y acusaron a los científicos de estar a sueldo de las farmacéuticas. El clamor fue tal que en mayo de 2004 se hizo público un informe aún más detallado: Vaccines and autism. Tras un análisis exhaustivo de todos los datos publicados y no publicados en estudios epidemiológicos realizados en muchos países y con cientos de miles de niños, el comité concluyó que no había ninguna prueba que sugiriera tal relación. La presidenta del comité, Marie McCormick, fue explícita: “No había ninguna duda sobre las conclusiones; los datos era clarísimos”.

Negacionistas
Para los negacionistas si los hechos contradicen su creencia, es un problema exclusivo de los hechos. Robert Kennedy Jr. acusó al Centro de Control de Enfermedades (CDC) de ordenar “a los investigadores que rechazaran cualquier conexión con el autismo”. En un artículo que publicó en la revista Rolling Stone, este miembro de la endiosada familia Kennedy acusó a las agencias sanitarias del gobierno de estar confabuladas con la industria farmacéutica para ocultar los riesgos de las vacunas a la población. Es más, confesó haber sido escéptico hasta que leyó estudios científicos que le abrieron los ojos. Por supuesto, no mencionó cuáles eran.
El efecto pernicioso del negacionismo
Otros, como Jenny McCarthy, tienen su peculiar manera de especializarse en el tema. Cuando le dijeron que los datos del CDC parecían refutar su postura, contestó: “Mi ciencia se llama Evan (su hijo) y está en casa. Esa es mi ciencia”. ¿Dónde obtuvo sus conocimientos de las vacunas? “De la Universidad de Google”. Supongo que también obtendría el doctorado.
El efecto de este negacionismo es muy peligroso. En algunos estados de EE UU el número de personas que han solicitado la exención de vacunas para sus hijos por motivos filosóficos o religiosos se ha cuadriplicado en una década. El problema no es que haya niños no vacunados, porque están protegidos por el grupo que sí está vacunado: la enfermedad necesita extender sus tentáculos y sin organismos receptivos no puede progresar. Pero si están vacunados menos del 90% de los niños la inmunidad de grupo desaparece y las consecuencias son difíciles de predecir.
En junio de 2008, y como resultado de la caída de vacunaciones en el Reino Unido, el sarampión volvió a aparecer en un país donde hacía 14 años prácticamente se había erradicado. Pero los negacionistas no lo ven porque, a menos que los datos se ajusten perfectamente a sus ideas preconcebidas, no quieren verlos y los califica desdeñosamente como “otro punto de vista”.
Ahora bien, no podemos confundir escepticismo con negacionismo. El escepticismo está movido por la ausencia o escasez de pruebas empíricas; el negacionismo está dirigido por la ideología o la religión. Además, hay una sutil diferencia entre decir “creo en el Big Bang” y “creo en la democracia”. La primera afirmación se puede resolver, en principio, con más datos y mejores teorías. La última no, porque depende de la ideología del que habla. El negacionismo surge cuando se confunden ambos tipos de cuestiones, la científica y la ideológica. Por eso el escéptico cambiará su forma de pensar a la luz de nuevos datos y un negacionista nunca lo hará.