James Watt no inventó la máquina de vapor
Si nos preguntasen quién fue el inventor de la máquina de vapor, seguro que diríamos que James Watt. Sin embargo la historia no es tan sencilla y no hubo un único inventor.
El verdadero padre de la máquina de vapor fue un hugonote francés que a finales del siglo XVII era profesor de matemáticas en Prusia: Denis Papin. Sus ideas llamaron la atención de la sociedad científica más importante del momento, la Royal Society, que le invitó a exponerlas en Londres.
Por entonces, un quincallero de Darmouth sin preparación científica llamado Thomas Newcomen se asociaba con Thomas Savery, un ingeniero militar que acababa de patentar una bomba de achique de agua para las minas, accionada por vapor. Savery era plenamente consciente de la importancia de su invento y así lo hizo constar en su solicitud de patente: lo llamó El Amigo del Minero. El ingenio de Savery resultaba poco eficaz y peligroso porque la alta presión del vapor hacía saltar las tuberías y las calderas. Sólo había que perfeccionarla y la mejora vino, no del equipo inglés, sino de Papin.
Primera versión
Convertido en miembro de la Royal Society e instalado en Londres, oyó hablar del invento de Savery. Para 1707 había proyectado una caldera de alta presión con un horno incorporado que accionaba las palas de un barco. Al año siguiente solicitó quince libras al secretario de la Royal Society para llevar a cabo un experimento relacionado con su invento. La respuesta fue tajante: sólo le darían el dinero si aseguraba de antemano el éxito. El pobre Papin se quedó sin el dinero, sin su motor y tiempo más tarde moriría en Londres en la más absoluta miseria.
Nuevo invento
Ahora le tocaba el turno a Newcomen. Se enteró del diseño de Papin y decidió modificarlo. Tras un duro trabajo que culminó en 1712, Newcomen puso en funcionamiento su máquina atmosférica, también conocida como máquina de fuego. El problema era su pobre eficiencia: la bomba de Newcomen, aunque ingeniosa, no era capaz de extraer el agua de las minas con la rapidez necesaria, gastaba gran cantidad de carbón y no podía aplicarse a otra cosa que no fuera el bombeo. Ahora bien, en favor de este quincallero sin estudios debe decirse que en 50 años nadie fue capaz de mejorar su máquina.
A la tercera va la vencida

Primera máquina de vapor
Y llegó el año 1765. Hacía ocho años que James Watt, un melancólico e infatigable ingeniero, trabajaba en el taller de reparaciones de la Universidad de Glasgow. En la sala de reparaciones descansaba un modelo a escala de la máquina de Newcomen, utilizada por los profesores en sus demostraciones. Frente a ella Watt meditaba el modo de mejorar su rendimiento. Las modificaciones que introdujo, aunque a primera vista pudieran parecer menores, fueron críticas. Por un lado hizo que la condensación del vapor se produjera fuera del pistón (en el condensador): de este modo se mantiene el pistón siempre caliente y el condensador siempre frío. Por otro, aumentó la presión en los pasos iniciales de la expansión del pistón para minimizar la inevitable pérdida de vapor.
¡Revolución!
Una vez diseñada, el siguiente paso era lanzar su máquina al mercado. Watt necesitaba encontrar un socio capitalista, y lo encontró en la figura del rico, jovial y hospitalario Matthew Boulton. Era propietario de una manufactura de seiscientos artesanos en Soho, Birmingham, dedicada a fabricar botones, mangos de espadas, hebillas de zapatos, cadenas de relojes y un amplio surtido de bisutería. Convencido del tremendo potencial de la máquina, le prestó el dinero necesario para construirla. Watt tuvo que hacer uso de los recursos de la creciente industria metalúrgica de la zona -en particular las increíblemente precisas máquinas de taladrar del magnate del hierro John Wilkinson-, para convertir su idea en realidad. En 1769 Watt patentaba la primera máquina de vapor realmente eficaz. En lugar de venderla, Boulton convenció a su socio inventor para que las arrendara. Únicamente pedirían como pago la tercera parte del dinero que la mina se ahorrase en combustible durante los tres primeros años. De modo tan original ambos escoceses se hicieron millonarios en poco tiempo.
Pero la verdadera revolución llegó cuando Watt se preguntó si se podía usar para algo más que para achicar el agua de las minas. Para ello sólo era necesario convertir el movimiento de arriba-abajo de la bomba en un movimiento circular. El hallazgo del llamado engranaje sol-planeta, en el cual una rueda dentada giraba en torno a otra como un planeta alrededor del sol, fue realizado por uno de sus ayudantes, William Murdock, un ingenioso mecánico que había conseguido el empleo unos años antes porque acudió a la entrevista vistiendo un sombrero de madera diseñado y construido por él mismo.

Usos de la maquina de vapor
Con esta nueva transmisión, la bomba extractora de agua se convirtió en la revolucionaria máquina que nos introdujo en la Revolución Industrial. Hacia 1795 Watt la había instalado en prácticamente todos los procesos manufactureros de Inglaterra. Su fábrica de Birmingham se erigió en la mensajera de una nueva era, y no sólo por culpa de la máquina de vapor. Dos silenciosas pero profundas transformaciones nacieron allí. Una de la mano de James Watt; la otra, de la de Murdock. Watt introdujo ingeniosos cambios en la construcción de sus motores con el objeto de maximizar el ritmo de producción. Dividió los diferentes trabajos en otros más específicos, con operarios dedicados exclusivamente a ellos, en algo parecido a una primitiva cadena de montaje. Por su parte, Murdock convirtió las oscuras noches inglesas en días luminosos. Fue el primero en hacer del alumbrado de gas una empresa económica y tecnológicamente viable. La conjunción de la máquina de vapor y el alumbrado de gas abrió el camino a la Revolución Industrial.