La Vía Láctea podría albergar menos vida de lo que esperábamos
Un nuevo estudio apunta que, en nuestra galaxia, el número de exoplanetas en los que podrían prosperar formas de vida compleja es mucho menor que el que sospechamos.
El Laboratorio de Habitabilidad Planetaria (PHL, por sus siglas, en inglés), una institución virtual que dirige el astrobiólogo Abel Méndez, de la Universidad de Puerto Rico, en Arecibo, mantiene una base de datos en la que se recogen los mundos potencialmente habitables que se han ido detectando en la Vía Láctea. Estos objetos suscitan el interés de los investigadores porque se encuentran a la distancia adecuada de su estrella, en una zona en la que no hace ni excesivo frío ni demasiado calor, de modo que podrían albergar agua en estado líquido en su superficie y, con ella, quizá vida. Entre los casi 4.000 exoplanetas de cuya existencia no se tienen dudas, el PHL ha catalogado 49 situados en esta región; entre ellos, 16 parecidos al nuestro.
De momento, se conocen estos pocos, pero, a partir de los datos recabados por el telescopio espacial Kepler, un equipo de astrónomos coordinado por Erik Petigura, del Instituto Tecnológico de California, ha calculado que solo en nuestra galaxia podría haber 40.000 millones de planetas del tamaño de la Tierra en órbita alrededor de estrellas similares al Sol y enanas rojas, más pequeñas que el astro rey. Las posibilidades de que en alguno –o en muchos– de ellos se hayan desarrollado organismos parecen abrumadoras, pero un nuevo estudio impulsado por Edward W. Schwieterman, del Departamento de Ciencias Planetarias de la Universidad de California, en Riverside, sostiene que es mejor no emocionarse demasiado y que, de hecho, los astrónomos deberían replantearse sus estimaciones sobre el número de mundos extrasolares en los que podría prosperar algo más complejo que un microbio.
Entre el calor y la toxicidad
En esencia, lo que Schwieterman y sus colaboradores han descubierto es que una acumulación de gases tóxicos en las atmósferas de la mayoría de estos mundos reduciría notablemente las posibilidades de que en ellos se desarrollaran, por ejemplo, animales; al menos tal como los conocemos.
Según explican en un ensayo publicado en la revista The Astrophysical Journal, en este fenómeno juega un papel determinante el dióxido de carbono. Este compuesto contribuye a generar el denominado efecto invernadero, fundamental para que la temperatura en los planetas más alejados de su estrella no caiga demasiado; de otro modo, su superficie se congelaría. No obstante, puede resultar muy perjudicial.
“Para que el agua permanezca en estado líquido en el límite externo de lo que hasta ahora se ha venido considerando la zona habitable de un sistema, un planeta necesitaría contar con decenas de miles de veces más dióxido de carbono que el que la Tierra posee hoy”, señala en un comunicado Schwieterman, cuyo grupo ha utilizado modelos computacionales para estudiar las cubiertas de gases y las interacciones entre la luz y las moléculas en una amplia variedad de mundos. “Estamos hablando de algo que va mucho más allá de los niveles que se consideran tóxicos para la vida animal en la Tierra”, añade.
“Es la primera vez que en este tipo de estudios se tienen en cuenta los límites fisiológicos de los seres vivos en nuestro planeta para tratar de predecir su posible distribución en otras zonas del universo”, recalca el biogeoquímico Timothy Lyons, coautor de este trabajo. “Nuestros resultados muestran que, si tenemos en cuenta la definición tradicional de zona habitable, los ecosistemas que es posible encontrar en la Tierra sencillamente no podrían existir en la mayoría de esas regiones de otros sistemas”, indica.
Referencia: A Limited Habitable Zone for Complex Life. Edward W. Schwieterman et al. The Astrophysical Journal (2019). DOI: doi.org/10.3847/1538-4357/ab1d52
Imagen: ESO / M. Kornmesser