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Atlántida y Mu: la historia de los continentes inventados

La Atlántida, Mu, Lemuria… son los continentes legendarios más conocidos. Sin embargo, y aunque hay quienes creen que realmente existieron, su origen hunde sus raíces o en leyendas o en hipótesis científicas superadas.

El dogma central de la llamada ‘historia alternativa’ es la existencia de civilizaciones perdidas, y sobre él siempre planean los dos más famosos continentes hundidos: la Atlántida y Mu. Respecto al primero, a ninguno de los pseudohistoriadores aficionados les parece llamativo que las dos únicas referencias directas que existan a un continente hundido en el Atlántico sean dos Diálogos de Platón, en los que usa la Atlántida como contraposición a la perfecta sociedad griega.

En semejante contexto es fácil entender que se trata de una alegoría política, habida cuenta de que no hay ni una sola mención en ningún documento histórico ni existe el menor resto arqueológico que corrobore existencia de semejante civilización. Ahora bien, la imaginación es libre y el papel aguanta lo que escribas, y en la segunda mitad del siglo XIX esa alegoría se convirtió en un hecho histórico gracias a la pluma del escritor y político norteamericano Ignatius Donnelly. Las semejanzas que él veía entre los pueblos del Viejo y Nuevo Mundo las explicaba gracias a la existencia de la Atlántida, que había actuado como origen y difusor de todo tipo de costumbres como, por ejemplo, el matrimonio y el divorcio. Sus libros, convertidos en verdaderos superventas, sirvieron de inspiración para el mito que hoy conocemos.

El continente perdido del Índico

Devaneya Pavanar

Devaneya PavanarDevaneya Pavanar

Curiosamente, la segunda mitad del siglo XIX fue la época de creación de continentes y masas de tierra desaparecidas. Una de las razones para ello era explicar las similitudes entre las especies biológicas existentes en zonas separadas por los océanos. El zoólogo Philip Sclater, al que debemos la definición de las regiones zoogeográficas del planeta, propuso la existencia de masas de tierra sumergida en el océano Índico para explicar porqué había encontrado fósiles de lémures en Madagascar y en la India pero no en Oriente Próximo o en África.

Así nació el mito del continente Lemuria, que fue adoptado por la taimada ocultista Helena Blavatsky para instalar en él sus propios desvaríos: allí había habitado una raza de humanos de dos metros de alto y hermafroditas. Ya en el siglo XX, el experto en la historia Tamil Devaneya Pavanar recicló Lemuria para situar allí la isla perdida Kumari Kandam, que según la leyenda tamil es el origen a su cultura. Y en 1991 el editor-jefe del Proyecto del Diccionario Etimológico Tamil de la región Tamil Nadu en la India, R. Mathivanan, afirmó haber descifrado un antiguo texto de la Cultura del Valle del Indo -del III mileno a. C.- y del que extrajo, no sólo que la civilización Kumari Kandam floreció en el 50.000 a. C., sino que hubo una avanzada civilización tamil hacia el 20.000 a. C. en la isla de Pascua. La pseudoarqueología al servicio de la ideología nacionalista.

Los mayas y Mu

El Pacífico tampoco podía escaparse a la asentada tradición de colocar por los océanos del planeta continentes perdidos, y a finales del siglo XIX nació Mu de la mano del anticuario norteamericano Augustus Le Plongeon, un hombre obsesionado con la idea de que los mayas crearon la civilización egipcia tras haber hecho escala en la Atlántida. Ahora bien, había monumentos, como la ciudad maya de Palenque, que los arqueólogos suponían mayas pero que en realidad no lo eran: según Le Plongeon fue construida por gente de la Polinesia. Desde entonces Palenque es una referencia habitual entre los pseudohistoriadores: la inscripción del sarcófago de uno de los señores de la ciudad, Pakal el Grande, la han interpretado como la representación de un astronauta pilotando una nave espacial.

Le Plongeon pensaba que la civilización maya provenía de otra mucho más antigua -de hecho, más incluso que la atlante-, los Naacal, que situó en un nuevo continente perdido situado en el Pacífico y que bautizó con el nombre de Mu. Esta idea la retomó el imaginativo escritor ocultista James Churchward y convirtió a Mu en el Jardín del Edén, la cuna de la humanidad, un lugar habitado por 64 millones de almas hace más de 50.000 años. Tecnológicamente avanzada, esta Atlántida del Pacífico estableció colonias por todo el planeta las cuales, tras la desaparición de su continente-madre en una devastadora noche plagada de terremotos y explosiones volcánicas, acabaron dando origen a las culturas hindú, maya, mesopotámica, babilónica y egipcia.

Inventa que algo queda

Ya en el siglo XX Robert Charroux, Eric von Däniken, Jacques Bergier, Graham Hancock, Robert Bauval y los españoles Javier Sierra, Manuel José Delgado o Juan José Benítez, entre otros, son los herederos de esta tradición de elaborar floridas extravagancias históricas y hacerlas pasar por trabajos rigurosos. Sin embargo, ninguna de sus “investigaciones” hace uso del método histórico; sus libros son, simplemente, una selección escasa y arbitraria de datos arqueológicos que utilizan para vestir sus ideas preconcebidas, dejando a un lado el gran cúmulo de pruebas que las contradice.

Ahora bien, encajar sus “pruebas” en el delicado entramado de sus especulaciones les exige dar un paso previo: eliminar el contexto. Pero la arqueología no consiste en localizar o recuperar objetos, como hacía el famoso Indiana Jones; más que arqueólogo, Indy era un cazatesoros. Desenterrar un hacha de piedra o una tablilla cuneiforme, por sí sola, no significa nada. Es necesario excavar en vertical para conocer la historia del lugar a través del tiempo, y en horizontal para poder relacionarla con otros objetos y poder determinar si estamos, por ejemplo, ante una tumba o un vertedero. Por eso, cualquier resto arqueológico que se muestre ‘flotando’ en el espacio y en el tiempo, fuera de contexto, es un sinsentido. Esta es justamente la forma de trabajar de los defensores de la historia alternativa: buscan objetos, construcciones, inscripciones..., los descontextualizan y los exhiben como "pruebas" que, por supuesto, los malvados historiadores profesionales niegan y ridiculizan.

Referencias:

Colavito, J. (2015) Foundations of Atlantis, Ancient Astronauts and Other Alternative Pasts, McFarland & Company

Feder, K. L. (2019) Frauds, Myths, and Mysteries: Science and Pseudoscience in Archaeology, Oxford University Press 

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