William Hooker, el hombre que inventó un color
Antes de las fotografías, los descubrimientos científicos se ilustraban mediante pinturas, pero los pigmentos verdes no representaban con fidelidad el color de las plantas; William Hooker fue quien solucionó ese problema.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, había dos eminencias en botánica e ilustración natural en Reino Unido, que además compartían nombre y apellido: ambos se llamaban William Hooker.
Uno de ellos, cuyo segundo nombre era Jackson, nacido en 1785, llegó a dirigir el jardín botánico más importante de su tiempo, el prestigioso Kew Gardens. Padre del brillante Joseph Dalton Hooker, también botánico y director del Kew Gardens tras su padre. El mismo Joseph Dalton Hooker que, junto a Thomas Henry Huxley, animó a su amigo Charles Darwin a hacer pública su teoría.
Sin embargo, con tan solo seis años más, había otro William Hooker —este sin segundo nombre—, no tan relevante en el mundo del estudio de las plantas, pero sí uno de los mayores referentes en la ilustración científica, y particularmente, la ilustración botánica. Es en este menos conocido William Hooker, nacido en 1779 y fallecido en 1832, en quien hoy centraremos la atención.

Malaquita (dihidróxido de carbonato de cobre II), una de las fuentes de pigmento verde más antiguas
Buscando el color perfecto
Desde tiempos antiguos, muchos artistas habían empleado pigmentos verdes para sus creaciones. La mayoría se obtenían directamente de fuentes minerales, como el verde malaquita, obtenido de la pulverización del mineral; los verdigrises, de acetatos de cobre; el verde tierra, obtenido de la glauconita o la celadonita; o el verde de Rinmann, a base de óxidos de cobalto y cinc. Otros pigmentos verdes sintéticos se desarrollaron más recientemente. Entre ellos, el verde de Scheele, sintetizado en 1775, y cuya composición química es el arsenito ácido de cobre; o el verde de París o verde esmeralda, el acetoarsenito de cobre, sintetizado en 1814. El uso de este último fue prohibido como pigmento por su elevada toxicidad, aunque se siguió utilizando como insecticida hasta bien entrado el siglo XX.
Pero todos estos pigmentos, que resultaban muy útiles para cuadros y pinturas de carácter artístico, no conseguían igualar el tono de las plantas en vida. Los ilustradores botánicos tenían que recurrir a una paleta que no reflejaba con fidelidad los colores reales de lo que trataban de ilustrar. Además, de la mezcla de aquellos verdes con otros pigmentos se obtenían tonos muy diferentes de lo esperado. Así que William Hooker, el artista oficial de la Sociedad de Horticultura Botánica, se propuso encontrar una solución al problema.
Lo que Hooker necesitaba, de hecho, no era un verde específico para cada planta. En la naturaleza hay una variedad enorme de verdes, no es el mismo color el de la hoja de un laurel que la de un manzano, la de un haya, la de un tilo o la de un ciprés. Lo que Hooker buscaba, en realidad, era un pigmento que sirviera como base, con una composición de color óptima para, mediante mezclas sencillas, obtener una amplia gama de verdes que representara fielmente la riqueza cromática de la naturaleza.

Ilustración de ‘Pratia arenosa’ syn. (‘Lobelia angulata’) realizada por Joseph Dalton Hooker (1844). Todos los verdes de esta ilustración están realizados con los pigmentos verdes de Hooker permanentes
El verde de Hooker
Originalmente, Hooker encontró su color mediante una mezcla en proporciones muy precisas de dos pigmentos preexistentes, la gutagamba (amarillo) y el azul de Prusia. Esta composición fue ampliamente empleada por el propio William Hooker, así como por otros muchos ilustradores botánicos contemporáneos —incluyendo su tocayo, el director del Kew Gardens—.
Llegó a ser un verde tan versátil que durante el siglo XIX, especialmente a mediados y finales de siglo, se llegó a utilizar el verde de Hooker en casi todas las pinturas de paisaje de la época, para colorear la vegetación. El paisajista realista Carlos de Haes, maestro de la Cátedra de Paisaje en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, empleaba el verde Hooker en casi todos sus paisajes. Muchos de sus cuadros pueden verse hoy en el Museo del Prado.
Sin embargo, con el tiempo apareció una dificultad causada por uno de sus componentes.
La gutagamba es un pigmento amarillo que se obtiene a partir de la resina de plantas de la familia de las gutíferas y, como la mayoría de los pigmentos de origen vegetal, se oxida y se degrada con el tiempo. Este inconveniente hacía que las ilustraciones coloreadas con verde de Hooker perdieran su color original con el paso del tiempo.

Verdes de Hooker, hecho con amarillo de Winsor (izquierda) y con amarillo de níquel (derecha)
Por ese motivo, tiempo después, se desarrollaron nuevas mezclas, basadas en el verde de Hooker original, pero sustituyendo el amarillo de gutagamba por otros pigmentos no perecederos.
Así se crearon nuevos verdes de Hooker ‘permanentes’. Actualmente, se componen de ftalocianina como componente azul verdoso y de dos amarillos distintos, que dan lugar a dos verdes de Hooker diferentes. Un verde más claro y brillante —denominado verde de Hooker 1—, de tono hierba, elaborado con amarillo de Winsor, y otro más oscuro y profundo —verde de Hooker 2—, con amarillo de níquel.
Referencias:
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