Hace un calor que te torras: curiosidades científicas sobre el calor
Este verano está siendo especialmente caluroso, con todo lo que ello significa. Por eso no es mala idea repasar algunas ideas y curiosidades sobre el calor. Porque, ¿qué es el calor?
Clima mediterráneo, clima tropical… Curiosamente, el origen de la palabra clima se debe a las subdivisiones que los geógrafos griegos trazaron en sus mapas: los climata. Viene de la palabra griega clima, que significa inclinación, debido a que la duración del día depende de la inclinación con la que se ve el Sol desde cada lugar concreto. De este modo, los climatas se definían como aquellas zonas en las que la duración del día más largo era la misma. Los antiguos geógrafos no se ponían de acuerdo en el número de zonas que se debían distinguir. De todos los diagramas en litigio el más popular era el de Plinio, que dividía la Tierra conocida en siete zonas al norte del ecuador.
Si la palabra clima cambió su significado original fue debido a los comentarios de autores como Estrabón, que asociaban las características de la fauna, flora y los seres humanos a esas bandas a lo largo del ecuador. Así, la tez oscura de los etíopes era debido al ardiente sol del climata tropical y que el pelo rubio de los habitantes del norte eran causados por la frialdad del climata ártico.
Hace calor
Hay días que no nos queda más remedio que salir a la calle a las 4 de la tarde. Entonces sentimos ese achicharrante calor que derrite las piedras y solemos acordarnos, no con demasiada indulgencia, del Sol. Sin embargo la culpa no es suya, sino de nuestro planeta. El Sol emite la misma cantidad de luz todos los días del año –y lleva haciéndolo durante 6 000 millones de años-, pero es la inclinación del eje de rotación de la Tierra la responsable de las estaciones. En verano no hace calor porque estemos más cerca del Sol; de hecho, estamos más lejos que en invierno. Lo que sucede es que la Tierra está inclinada de tal modo que los rayos solares inciden perpendicularmente sobre nuestras cabezas; eso caldea el ambiente… y nuestras ideas.
Pero lo más curioso es que si no fuera por la Luna el eje terrestre daría cabezadas como si estuviera borracho. Nuestro enorme satélite –los astrónomos dicen que el nuestro es un sistema planetario doble- es el responsable de que el devenir de las estaciones se mantenga por los siglos de los siglos.
Como dice la canción de Los Rodríguez, hace calor, sobre todo este verano. Si alguien nos lo dice lo entendemos de inmediato. Aparentemente 'calor' es uno de los conceptos más sencillos de comprender, es de tan de uso común que cualquiera sabe lo que significa. ¿O no? Porque, ¿qué es el calor? Medítalo un instante. Cuando dices “tengo calor”, ¿qué estás diciendo? Resulta curioso que se use el verbo tener junto a calor o frío, con lo que se expresa que se posee algo o que algo entra en el cuerpo. Quizá algún tipo de sustancia o materia que penetra en nuestro cuerpo y comete barbaridades tales como hacernos sudar. A finales del siglo XVIII los científicos creían eso mismo, que el calor era una sustancia sin peso, y por tanto indetectable, que pasaba de un cuerpo a otro: el calórico. Esta idea la tenemos tan implantada en nuestro cerebro que nos resulta bastante complicado aceptar lo que realmente es el calor. El calor no es una sustancia, no es una cosa. El calor no es más que un proceso, una forma de transmitir energía de un cuerpo a otro que un efecto claro: aumentar la temperatura del cuerpo en cuestión.

Glándula sudorípara
¿Por qué sudamos?
Quizá no sepamos exactamente lo que es el calor, pero lo que es indudable es que por su culpa podemos a llegar a sudar como gorrinos. Todo es por culpa de ser animales de sangre caliente. Nuestro metabolismo, las reacciones químicas que hacen funcionar nuestro cuerpo, son muy sensibles a la temperatura y por tanto debemos tener un buen mecanismo termorregulador. De ahí que sudemos.
La mayoría de los mamíferos sudan por la mucosa nasal, por la lengua y la boca. Nosotros lo hacemos distinto. Regulamos la temperatura con cinco millones de glándulas sudoríparas repartidas por la piel, de forma que disipamos el 95% del calor generado por el cuerpo cuando rebasamos la temperatura normal de funcionamiento. El sudor unido al aire exterior produce un efecto refrigerante. Cuanto más seco sea el aire y más rápidamente incida, más refrigera.
Al parecer, sudar, correr –el ser humano es capaz de dejar atrás a cualquier animal cuando se trata de distancias largas- y tener un cerebro grande están relacionados. Hace millones de años un cerebro grande permitía al Homo Erectus correr durante mucho tiempo, incluso bajo el ardiente sol del mediodía: al sobrarle células nerviosas disminuía la probabilidad de que su cerebro sufriese daños por el calor.
Así que sudar es bueno, pero no lo es tanto si una tarde calurosa nos toca tomar el autobús urbano en hora punta. Con el calor y repleto de gente se convierte en un lugar perfecto para apreciar en toda su intensidad el olor corporal. Un olor que, a pesar de las apariencias, no es producido directamente por el sudor.
El problema del olor axilar es debido a que en esa zona se conjugan el calor y la humedad, dos factores claves para el desarrollo de una importante flora bacteriana. Son estos diminutos huéspedes, que viven, proliferan, mueren y se descomponen en las axilas, los culpables del olor que atufa los transportes públicos en verano.
Por cierto, no sólo las bacterias hacen que los pies huelan a queso. Hace unos años, en Estados Unidos, se encontró que algunas alfombras de una nueva marca olían a orín de gato. Tras los oportunos análisis se descubrió al culpable: ciertas bacterias emisoras de ácido butírico, cuyo olor se parece mucho al de la orina.
Ya lo sabes. El sudor no huele. La culpa es de los polizones que todos llevamos encima…
Desodorantes y antitranspirantes
Combatir el tufo axilar ha sido una constante a lo largo de la historia. Los egipcios tomaban baños aromáticos y se aplicaban aceites perfumados en las axilas. También descubrieron que rasurarse el vello axilar disminuía considerablemente el olor. Por una razón bien obvia: los pelos proporcionan superficie extra para que proliferen las bacterias. Griegos y romanos siguieron las recomendaciones egipcias, que en el fondo no era otra que perfumarse las axilas para tapar un olor con otro. El único desodorante efectivo, además del lavado regular, es aquel que ataca el problema de raíz: la perenne humedad bajo los brazos. Estos son los antitranspirantes, que aparecieron por primera vez en 1888. Se llamaba Mum y consistía en un compuesto de zinc en una base de crema. A principios del siglo XX aparecieron otros que utilizaban el cloruro de aluminio y que podemos encontrar en gran parte de los desodorantes modernos. No se sabe muy bien cómo funcionan, pero lo que es cierto es que su efecto no es prolongado. Y no hay nada como lavarse…