Tyrannosaurus rex: ¿cazador o carroñero?
Aunque en la cultura popular siempre se le ha considerado el depredador más grande que ha pisado la tierra, el debate sobre sus hábitos alimentarios es casi tan antiguo como su descubrimiento.
Desde que en el año 1905 el paleontólogo Henry Fairfield Osborn redescubrió el Tyrannosaurus rex —en realidad fue descubierto 13 años antes por Edward Drinker Cope, bajo el nombre de Manospondylus gigas, pero este nombre no llegó a asentarse—, este gigantesco dinosaurio carnívoro se conviritó en uno de los más famosos. Explotado hasta la extenuación en literatura, cine y documentales, frecuentemente es considerado como el mayor carnívoro que ha pisado la tierra —importante matiz que excluye de facto a los animales marinos—.
Hoy sabemos que, en realidad, Tyrannosaurus rex no era el carnívoro más grande; otros lo superaban en tamaño —como Giganotosaurus— o en longitud —como Spinosaurus—. Sin embargo, Tyrannosaurus sigue conservando su fama y su reinado mediático, aunque también hay quien lo considera un dinosaurio sobrevalorado.
Casi desde su descubrimiento, un debate muy intenso sobre Tyrannosaurus ha permanecido sobre la mesa. ¿Se trataba de un depredador activo, que atacaba a sus presas vivas, las abatía y las devoraba? ¿O por el contrario, sus hábitos eran los de un carroñero, que aprovechándose de su gran tamaño, robaba el alimento a otros carnívoros más pequeños? Como en todo buen debate científico, hay datos que parecen confirmar ambas hipótesis.

Tyrannosaurus como carroñero
Tyrannosaurus rex como carroñero
Una de las características más llamativas de los tiranosáuridos más modernos en general, y perfectamente representada en Tyrannosaurus, es el tamaño diminuto de sus patas delanteras, en comparación con el tamaño del cuerpo. Comparado con las patas delanteras de otros dinosaurios que sí se saben depredadores, las del ‘reptil tirano’ no parecen tener mucha utilidad. Pero este argumento no resulta muy fuerte. Abundan los ejemplos de animales depredadores que no emplean sus patas delanteras en la caza o que las tienen reducidas, entre ellos, Carnotaurus, un animal que sabemos que era depredador —y que tenía fisionomía de corredor—.
Esto nos lleva a un nuevo hilo argumental más poderoso. Tyrannosaurus rex no podía correr. No, al menos, un Tyrannosaurus adulto, de 6 toneladas de peso. Las estimaciones basadas en estudios de biomecánica indican que solo podía caminar, y aunque su zancada era considerablemente larga, su velocidad no superaría los 20 km/h. Esta limitación restringiría la actividad depredadora de Tyrannosaurus a animales al menos tan lentos como él, que generalmente equivale a animales fuertes y de gran tamaño, que dudosamente podría abatir. Las presas más pequeñas y débiles quedarían muy lejos de su alcance. Sin embargo, no representaría limitación alguna en un comportamiento carroñero.
Otro argumento a favor de este comportamiento es la forma peculiar de los dientes. A diferencia de los depredadores, con dientes afilados adaptados para desgarrar carne de animales incluso vivos, los dientes de Tyrannosaurus rex eran cónicos y robustos, y combinados con la fuerte musculatura de sus mandíbulas, podían despedazar huesos sin dificultad. Este tipo de estructuras concuerda muy bien con el comportamiento de un carroñero capaz de alimentarse de cualquier resto de carne que dejen otros carnívoros, huesos incluidos. La presencia de fragmentos de hueso en coprolitos identificados como de Tyrannosaurus refuerza esta hipótesis.
Aunque tal vez el argumento más poderoso a favor del carácter carroñero de Tyrannosaurus se encuentre en su cerebro. Estudiando la cavidad craneal, se puede observar que el lóbulo olfativo estaba extraordinariamente desarrollado. Este rasgo se ha comparado con el de los buitres, probablemente las aves actuales con mejor sentido del olfato, y prácticamente los únicos animales de gran tamaño casi exclusivamente carroñeros.

Tyrannosaurus como cazador
Tyrannosaurus rex como cazador
Hablando de los sentidos, otro rasgo que caracterizaba a Tyrannosaurus era una visión binocular muy bien desarrollada. A diferencia de cómo se nos presenta en Jurassic Park, el sentido de la vista de este animal era muy agudo, y eso puede beneficiar a un animal depredador, capaz de calcular distancias. Por supuesto, el eficiente sentido del olfato del Tyrannosaurus también puede ser una gran herramienta para rastrear presas, y no necesariamente cadáveres. Así lo hacen los lobos modernos.
Respecto a los dientes, algunos animales claramente cazadores presentan dientes con la base ancha, como las orcas o los cocodrilos. Es cierto que esa combinación de dientes y musculatura mandibular pueden servir para despedazar huesos, y probablemente se alimentara de ellos; lo cual no significa que fuesen carroñeros. Los lobos también se alimentan de los huesos de sus presas.
Una de las mejores pruebas disponibles para la hipótesis del depredador fue el descubrimiento, en 2013, de un diente de Tyrannosaurus incrustado en una vértebra de hadrosáurido. Este detalle no sería significativo si no fuera porque el animal sobrevivió, y la vértebra se había curado, rodeando el diente perdido con tejido óseo sano. Esto se llegó a presentar como “la prueba definitiva de que Tyrannosaurus era cazador, y no carroñero”.
¿Y si tenía ambos comportamientos?
En biología, raras veces la realidad es blanca o negra. Pocos animales son exclusivamente carroñeros, la mayoría de los cazadores pueden carroñear si encuentran la oportunidad. Por otro lado, hay animales que presentan un comportamiento mixto: cazan las presas que pueden, y roban presas a otros depredadores cuando tienen la ocasión.
Las hienas son un gran ejemplo de este comportamiento —a diferencia de la creencia popular, las hienas son excelentes depredadoras que combinan el comportamiento carroñero con la caza—. Curiosamente, las hienas presentan dientes de base ancha, mandíbulas fuertes capaces de quebrar huesos, un gran sentido de la vista y del olfato, y comparadas con otros animales de su hábitat, no son las más veloces.
Y esta es, actualmente, la hipótesis más aceptada.
Los Tyrannosaurus jóvenes tenían patas largas y gráciles, que les permitían correr y perseguir a sus presas. La vista y el olfato les ayudaría a encontrar animales que cazar. A medida que crecían en tamaño y peso, la capacidad de correr desaparecía, pero no les impedía atacar a presas lentas y torpes.
Sin embargo, estos animales serían grandes y fuertes, y en algunos casos, con defensas poderosas. No sería extraño que pudieran sobrevivir a los ataques, ni sería raro que los Tyrannosaurus adultos complementasen esa alimentación con carroña robada a otros animales, que encontrarían gracias a su gran sentido del olfato, y de la que se alimentarían, huesos incluidos, gracias a sus poderosas mandíbulas. Al fin y al cabo, pocos carnívoros tendrían el valor de enfrentarse a semejante bestia de seis toneladas de peso.
Probablemente, en su juventud, Tyrannosaurus fuera más depredador que carroñero, y a medida que crecía, adquiría un comportamiento más mixto, hasta que, probablemente en la edad más avanzada, se convirtiera en carroñero con actividades puntuales de caza.
Rererencias:
Bates, K. T. et al. 2012. Estimating maximum bite performance in Tyrannosaurus rex using multi-body dynamics. Biology Letters, 8(4), 660-664. DOI: 10.1098/rsbl.2012.0056
DePalma, R. A. et al. 2013. Physical evidence of predatory behavior in Tyrannosaurus rex. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(31), 12560-12564. DOI: 10.1073/pnas.1216534110
Hone, D. W. E. et al. 2010. New Information on Scavenging and Selective Feeding Behaviour of Tyrannosaurids. Acta Palaeontologica Polonica, 55(4), 627-634. DOI: 10.4202/app.2009.0133
Sellers, W. I. et al. 2017. Investigating the running abilities of Tyrannosaurus rex using stress-constrained multibody dynamic analysis. PeerJ, 5, e3420. DOI: 10.7717/peerj.3420
Witmer, L. M. et al. 2009. New Insights Into the Brain, Braincase, and Ear Region of Tyrannosaurs (Dinosauria, Theropoda), with Implications for Sensory Organization and Behavior. The Anatomical Record: Advances in Integrative Anatomy and Evolutionary Biology, 292(9), 1266-1296. DOI: 10.1002/ar.20983