¿El amor romántico es una tontería?
Vivimos inmersos en el mito del amor romántico y creemos tópicos como en la existencia de la media naranja o que el amor lo puede todo cuando la psicología, la antropología y al neurociencia han demostrado que no es así.
Si hubiera que dar el Óscar a la película mas ñoña de lo que llevamos del siglo XXI no cabe duda que Crepúsculo estaría entre las candidatas, y con muchas opciones para el galardón. Esta historia de amor entre un vampiro adolescente de 500 años (que tiempo ha tenido para madurar) y una joven de instituto, que queda prendada de su carita de atormentado, es la prueba palpable de cómo el mito del amor romántico lo tenemos metido en lo más profundo de nuestros huesos. Y es que para 7 de cada 10 españoles, según encuesta del CIS, el amor de verdad lo puede todo. Otros estudios realizados como forma de promoción de los sitios de encuentros de Internet confirman lo bien enraizado que está el mito del amor romántico en nuestros cerebros: la mitad de los españoles creen en el amor eterno.
Vivimos inmersos en el mito del amor romántico que se ha ido fraguando en la cultura occidental y que tuvo su cúspide durante el romanticismo. Seguimos creyendo, y así lo demuestran las encuestas, en la mayoría de los tópicos de las películas más pastelonas como la existencia de la media naranja o creer que existe una pareja predestinada para cada cual. Algo absurdo habida cuenta que la mayoría encontramos a nuestra pareja en nuestro entorno (compañeros de trabajo, estudios, o residencia) o de modo casual.
Otro mito es la creencia ingenua de que la pasión amorosa verdadera dura toda la vida. En realidad esa pasión “eterna” en la que cree buena parte de los españoles se desvanece en torno a los cuatro años. ¿Y qué decir sobre la creencia según la cual, cuando se ama de verdad, se es fiel a la pareja siempre? ¿O la de que el amor lo puede todo?
El mito del amor romántico vive instalado confortablemente en Occidente hasta el punto de que el flechazo es el epítome del ideal romántico. Culturalmente tiene su origen en la época del amor cortés. Nacido en la Provenza en el XI, es el de Tristán e Isolda: ideal, indestructible y eminentemente adúltero, como sucede en la leyenda artúrica entre Ginebra y Lanzarote. Estamos ante un amor trágico y fatal, como el de los amantes de Teruel o el más cómico de La venganza de Don Mendo. El amor del Amadís de Gaula, cuyo texto más antiguo se puede fechar en Zaragoza en 1508, entre Amadís y Oriana es cortés e ideal. Es un amor fundamentado en la imagen formada, es un amor a primera vista, que fue llevado al extremo por Cervantes cuando Don Quijote afirma estar “enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta” la sin par Dulcinea.
Seguimos anclados en esa idealización del enamoramiento y del amor romántico minimizando lo que poetas y escritores han dejado claro a lo largo de los siglos: que es esencialmente desgraciado y torturador. La Celestina se lo define a Melibea como “un fuego escondido, una dulce amargura, una deleitable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte”. Para Fernando de Rojas el amor apasionado de estos adolescentes, que no posee ninguna pega ni ningún obstáculo ¡es trágico a pesar de todo! Por no mencionar del turbulento y malsano de Cumbres borrascosas o el humillante y desgraciado de La dama de las camelias.
El epítome de esta cerrazón de nuestra sociedad a lo evidente está en la famosísima canción Every breath you take del grupo pop británico Police. Es una canción que ha acompañado a decenas de miles de parejas durante varias décadas e incluso la han escogido para sonar en sus bodas. Para aquellos que no conozcan el idioma de Shakespeare les diré que es la canción de un acosador, un hombre controlador y siniestro que vigila cada paso, cada respiración, cada movimiento de quien le rechazó. Que sea considerada como una de las más románticas de la historia nos deja muy claro que tenemos una visión idealizada y distorsionada del amor.
Es justamente esa idealización la que ha conseguido que en Europa, la patria del amor romántico y donde las parejas se casan por amor, el 50% de los matrimonios se divorcien a los cinco años de convivencia y el 80% a los diez. Lo decía el sarcástico periodista de principios del siglo XX H. L. Mencken: “Estar enamorado es encontrarse en un estado de anestesia perceptiva”. Pocos comportamientos hay más patológicos. Hasta tal punto somos incapaces de comprenderlo que Bernard Shaw tuvo que escribir en el epílogo de su Pigmalión: “El resto de la historia no necesita representarse en escena, y casi no tendría que ser contado si nuestra imaginación no se hubiera extraviado por tantas obras románticas neciamente sentimentales, que nos han acostumbrado a que todo tiene que acabar bien, pese a la lógica y al sentido común”.

Representación del amor romántico con dos fósforos
El mito occidental nos dice que el amor deber ser una locura. No queremos que sea racional; debe ser audaz, impredecible, inabarcable. Eso sí, en el resto de nuestra vida escogemos -o intentamos escoger- racionalmente: el trabajo por dinero, cargo y horario, las amistades por intereses comunes... Pero la pareja, ¡oh, el amor!, debe ser elegida por impulsos irracionales. El amor pasional es insano aunque no lo reconozcamos como tal: somos capaces de cruzar el país sólo por un beso. Si creemos que este hecho es romántico es que estamos imbuidos en el mito.
Únicamente los drogodependientes son capaces de algo así: en los 80, durante una huelga de los distribuidores de tabaco que dejó al país sin cajetillas, muchos italianos cruzaron la frontera para comprar su preciada nicotina. En 2000 A. Bartels y S. Zeki del University College de Londres escanearon el cerebro de 70 personas enamoradas y descubrieron dos cosas interesantes. La primera es que en el enamoramiento se activa una zona del cerebro distinta a la que se enciende ante un amigo íntimo. Y segunda, que el cerebro activo del enamorado es muy parecido al del adicto al alcohol o las drogas; son zonas con muchos receptores de dopamina, que provoca euforia, adicción y ansiedad.
No es raro entonces que el amor está asociado a la angustia. Los poetas nos lo descubren como enfermedad. La gran poetisa clásica del amor, Safo, experimenta el amor como aflicción. La leyenda dice que se arrojó por un acantilado al ser rechazada. Para el poeta latino Sexto Propercio el amor es problemático: "es una infección o un contagio". Y en la obra que marca el nacimiento del romanticismo alemán, Las desventuras del joven Werther, el protagonista se suicida por amor. Escrita por un Goethe de 24 años bajo la influencia de su pasión por la novia de un amigo abogado, Werther se emociona, llora, se exalta y pasa de la más desbordante felicidad al más negro pesar… ¿no recuerda a un problema psicológico?
Referencias:
Fisher, H. (2004) ¿Por qué amamos?, DeBolsillo
Tallis, F. (2004) Love sick: love as a mental ilness, Da Capo Press