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El primer superconductor a temperatura ambiente ya está aquí

Hallada la velocidad del sonido más alta posible.

Como amas el conocimiento –¿qué lector de MUY no lo hace?–, querrás que te digamos cuál es. Quédatelo en la cabeza, por si juegas al Trivial cuando –ojalá que no– te confinen de nuevo: alrededor de 36 kilómetros por segundo, el doble que la velocidad del sonido en el diamante, el material más duro que se conoce.

Sabíamos cuál era la máxima velocidad a la que la luz (una onda) podía viajar –300 000 km/s, gracias, Albert Einstein–, pero no cuál era el tope de otra onda como el sonido. Y nos hemos enterado debido al trabajo de un equipo de científicos de la Universidad de Cambridge, la Universidad Queen Mary de Londres y el Instituto de Física de Altas Presiones de Troitsk (Moscú) de que acaban de publicar su estudio en la revista Science Advances .

¿Qué pintan aquí los diamantes? Veamos. Desde la Queen Mary lo explican muy bien: resulta que las ondas –caso de la luz y el sonido– son como perturbaciones que llevan energía de un sitio a otro. Las sonoras, que son las que nos ocupan, viajan por diferentes medios a velocidades que dependen de cómo sean estos.

Así, a través de los sólidos se desplazan mucho más rápido que por los líquidos y los gases, y esa es la razón de que los indios de los wésterns pegaran las orejas a las vías del tren para saber lo antes posible si se acercaba el caballo de hierro de los rostros pálidos. De ahí que el récord de la velocidad del sonido se hubiera obtenido con la ayuda de los extremadamente duros diamantes.

¿Y todo esto para qué sirve? Los autores del trabajo señalan que conocer la velocidad del sonido en los sólidos es muy importante en muchos campos científicos. Los sismólogos, por ejemplo, estudian las ondas sonoras generadas en las profundidades por los terremotos para comprender su naturaleza y conocer las propiedades de la composición de la Tierra. También sirve para investigar la resistencia y la elasticidad de los materiales, y probar los límites de su conductividad térmica y su viscosidad, algo que resulta más que útil en numerosas industrias.

Ciertos materiales poseen una propiedad llamada superconductividad. Es decir, conducen la corriente eléctrica sin resistencia ni pérdida de energía, pero para hacerlo deben estar a temperaturas que rondan el cero absoluto (-273 ºC), algo muy complicado de conseguir y que por tanto limita su uso a unos pocos aparatos de alta tecnología. Si se lograra que un material fuera superconductor a temperatura ambiente y se comercializara, sería tremendo: la eficiencia de la red eléctrica se multiplicaría y su coste se desplomaría, los trenes de levitación magnética se generalizarían o los aparatos de diagnóstico médico serían más rápidos y baratos, al igual que los dispositivos de electrónica de consumo.

Tal milagro se encuentra algo más cerca gracias a un equipo de ingenieros y físicos de la Universidad de Rochester (Nueva York), que ha logrado por vez primera crear un material superconductor a temperatura ambiente. Han combinado hidrógeno, carbono y sulfuro para obtener un compuesto que al someterse a presiones extremadamente altas se torna superconductor, a una temperatura de 13,3 ºC. Es una pieza pequeña y sometida a una presión brutal, cierto, pero supone un primer paso para una nueva revolución tecnológica.

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