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¿Puede haber vida en el Sol?

¿Podemos imaginar, con la ciencia en la mano, hasta qué punto puede ser extraña la vida en el universo? ¿Es posible la vida en las propias estrellas?

Algunos científicos han propuesto la existencia de “seres vivos” en el interior del Sol. Nuestra estrella es en una inmensa bola de plasma, un mar de núcleos atómicos –esencialmente hidrógeno y helio– y electrones reunidos por la gravedad y soportando intensos campos magnéticos: es a partir de este material con el que se construiría la vida. Utilizando el flujo de energía proveniente de las reacciones nucleares de su interior, los organismos solares, bautizados con el llamativo nombre “plasmobios”, se formarían gracias a la interacción entre las fuerzas magnéticas y las cargas eléctricas en movimiento, que se irían organizando en estructuras cada vez más complejas.
Un paso hacia estos plasmobios lo dio Mircea Sanduloviciu de la Universidad Cuza en Rumanía en 2003. Estudiando la formación de plasma en cámaras de descarga comprobó que se formaban de manera espontánea esferas compuestas por dos capas: una exterior con carga negativa –electrones– y otra interior, positiva –cationes–. En su interior quedaban encerrados átomos del gas contenido en la cámara. La existencia de una separación entre un objeto y el entorno –una membrana– es uno de los criterios que se usan para definir una célula viva. Pero las esferas de Sanduloviciu también se duplican, se comunican información mediante ondas de radio de modo que los átomos de otras esferas vibren en la misma frecuencia, metabolizan y crecen. Para el científico rumano sus “criaturas” podrían encontrarse en el origen de otras formas de vida, totalmente diferentes, en mundos lejanos.
Una triste historia asociada a la vida solar es la del ingeniero retirado alemán G. Bueren, que en 1951 propuso que las manchas solares eran agujeros que llegaban hasta el interior del Sol, donde podría haber vida. Es más, apostó públicamente que los científicos no podrían demostrar que era imposible la vida en el Sol. La sociedad Astronomische Gessellschaft le demandó y fue sentenciado a pagar la apuesta. Tras su muerte 3 años después de su “viva Cartagena”, esta sociedad creó con el dinero la Beca Bueren para jóvenes astrónomos. Ahora bien, Bueren pudo equivocarse sólo en la fecha. Dentro de 5.000 millones de años, cuando el Sol se convierta en gigante roja y su tamaño se expanda hasta alcanzar la órbita de la Tierra, algunos astrónomos apuntan a que nuestro planeta no se evaporará dentro de semejante monstruo, sino que será expulsada y quedará intacta. Los más imaginativos creen que bajo la roja superficie, a unos 3000º C, podrían sobrevivir algunos microorganismos hipertermófilos.
Yendo un poco más lejos, ¿es posible la vida a nivel subatómico? Evidentemente se trataría de un tipo de vida que no estaría basada en la interacción electromagnética sino en las dos fuerzas nucleares, la fuerza fuerte (responsable de la cohesión del núcleo atómico) y la fuerza débil (que guía ciertas desintegraciones radiactivas). En este caso, la escala de tiempos de la que estaríamos hablando no sería de siglos ni años, como la humana, sino de fracciones de segundo. A nivel subatómico todo es muy pequeño transcurre tremendamente deprisa. Si fuéramos un protón mediríamos 10-13 centímetros y nos moveríamos a una velocidad de 1.000 kilómetros por segundo pues para ellos la temperatura ambiente es sutilmente diferente: lo que para el ser humano son unos cómodos 20º C para ellos son un millón de grados.
¿Dónde podríamos encontrar un lugar que fuera algo equivalente a nuestra Tierra para esos seres subatómicos? El radioastrónomo Frank Drake propuso en 1973 que en la superficie de una estrella de neutrones, un peculiar objeto astronómico que posee con una masa de unos pocos soles encerrados en el interior de una esfera de 3 kilómetros de diámetro rotando sobre sí misma mil veces por segundo. Allí la materia está tan concentrada y se encuentra a unas presiones tan elevadas que se presenta en una especie de sopa de neutrones y otras partículas subatómicas que tienen nombres tan peculiares como el de piones.
En la hirviente superficie de una estrella como ésta las partículas elementales viajan a velocidades de miles de kilómetros por segundo, o lo que es lo mismo millones de kilómetros por hora, lo cual es equivalente a viajar milésimas de centímetro en casi una billonésima de segundo. Las colisiones entre las partículas muy bien pueden crear núcleos atómicos inalcanzables para nuestros laboratorios, compuestos por miles o incluso decenas de miles de protones y neutrones. Quizá estos núcleos se desintegren en otros más ligeros después de un tiempo infinitamente más corto que un suspiro, en una mil billonésima de segundo. A nosotros nos puede parecer algo prácticamente instantáneo, pero para la escala de tiempo de las partículas subatómicas es un millón de veces más largo. Mucho pueden cambiar las cosas durante ese tiempo a esos mastodónticos núcleos.
En 1992 Tobias Owen y Donald Goldsmith dieron un paso más allá y especularon acerca de una hipotética “vida atómica” en la superficie de estas estrellas. ¿Por qué no imaginar que los millones de colisiones a los que están sometidas las partículas en las estrellas de neutrones puedan acabar por dar formas de vida que interaccionan entre ellas de manera organizada? De ser así, la evolución de esa “vida” sucedería a un ritmo frenético comparada con la nuestra. Su origen no requeriría mil millones de años sino una mil millonésima de año, o lo que es lo mismo, un treceavo de segundo.
Llevando esta suposición al límite, podríamos incluso imaginar civilizaciones que surgen y desaparecen en, literalmente, un abrir y cerrar de ojos. Incluso somos capaces de intuir qué tipo de radiación electromagnética utilizarían para comunicarse: los rayos gamma, que surgen de manera natural en la interacción entre partículas subatómicas del mismo modo que la luz visible, la que nosotros usamos, aparece si hablamos de átomos.

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