Un paseo turístico por Marte
Pasear por la superficie marciana es una experiencia alucinante. No sólo por la baja de gravedad sino por el panorama que nos encontramos alrededor: si no fuera por el color de la atmósfera y el traje espacial, creeríamos estar de pie en algún desierto de piedra de nuestro planeta, como el del antiAtlas marroquí
El cielo, marcado por el tono rosáceo, lo veríamos raso; las escasas nubes son cirros, nubes altas de cristales de hielo. No sólo las nubes están heladas; la temperatura media en superficie es de 55 grados bajo cero, aunque oscila enormemente: entre los 27 y los –180º C. Una variación que recuerda, aunque muchísimo más acusada, a los desiertos de la Tierra. Pero lo más fascinante es la variación térmica entre los pies y la cabeza: el suelo está 20 grados más caliente que el aire (es tan tenue que no puede retener el calor), luego si nuestros pies se encuentran a unos agradables 20º, ¡la nariz se encontrará a cero grados! Es más, ver amanecer también tiene sus riesgos: en sólo un minuto la temperatura puede cambiar más de 20 grados.
Por supuesto, el paseo debemos hacerlo con escafandra: la atmósfera marciana está compuesta principalmente por dióxido de carbono (95,32%) y con una pequeña cantidad de otros gases, como nitrógeno (2,7%) y argón (1,6%). Su contenido en oxígeno libre es despreciable (0,13%) y el vapor de agua es una milésima parte el de la atmósfera terrestre; muy poco, pero suficiente para formar nubes en la atmósfera y alrededor de las calderas de los volcanes, hoy extinguidos. Por su parte, el dióxido de carbono se congela para formar un inmenso casquete polar y la capucha polar, una bruma que levita sobre el casquete en invierno. Al llegar la primavera se funde y entonces aparece otro en el hemisferio opuesto. Debajo de esta envoltura estacional se encuentra otra permanente, que se mantiene incluso durante el verano y que, por lo menos en el polo Norte, está hecha de hielo. Sin oxígeno no hay ozonosfera, y la superficie del planeta es barrida por los rayos ultravioleta, lo que constituye un serio impedimento para cualquier hipotética vida marciana.
El vulcanismo ha sido un proceso geológico fundamental en el planeta. Prueba de ello es que allí descubrimos los volcanes más altos del Sistema Solar: el mayor es el monte Olimpo, de 27 kilómetros de altura y cuya caldera tiene unos 25 kilómetros de ancho con paredes de dos kilómetros y medio de profundidad. Mirar el cielo desde allí arriba nos mostraría un espectáculo singular: está tan alto que se pueden ver las estrellas en pleno día.
La geología marciana es una de las más espectaculares del Sistema Solar. Una peculiaridad es que el planeta está partido en dos: las tierras del norte están más bajas que las del sur. El escarpe que las separa, la dicotomía o límite 1/3-2/3, tiene hasta 5 kilómetros de altura. Es uno de los mayores misterios del planeta rojo y muchos piensan que representa la línea de costa de un antiquísimo océano.
El hemisferio sur está sembrado de antiguos cráteres de impacto y allí es donde se encuentran las redes de valles marcianos. El hemisferio norte tiene muy pocos cráteres; es un gran espacio vacío, Vastitas Borealis, el Desierto del Norte, la superficie más plana del Sistema Solar. Hay quien piensa que se formó por el impacto de un asteroide de casi 400 km (Ceres, el más grande del Sistema Solar, mide 300 km).
El Ecuador está dominado por el domo de Tharsis, una cúpula (una estructura de gran pendiente formada por coladas de lava) tan grande como Asia cuyo centro se eleva 10 kilómetros y sobre la que se asientan gigantescos volcanes. Casi todas las fallas de Marte son radiales o concéntricas a Tharsis. En una de ellas se formó un desfiladero de proporciones planetarias: Valles Marineris, la gran cicatriz de Marte. Es el Gran Cañón marciano, con 2.900 km de largo, una anchura entre 100 y 600 km y una profundidad de hasta 10 km.
Si miramos a los polos encontramos que el norte es más grande que el sur: tiene 1.000 km de largo y se compone de agua congelada y hielo seco, hielo de CO2. Las bandas oscuras concéntricas que posee son cañones libres de nieve cuyo origen es desconocido. Una de estas bandas, Chasma Boreale, el Cañón del Norte, casi parte el casquete en dos. La existencia en el ecuador de enormes morrenas (200.000 km2, casi la mitad de España) hace suponer que allí se encontraban los polos hace 4 o 5 millones de años y que el eje de rotación del planeta ha sufrido un vuelco; algo que no puede suceder a la Tierra pues su eje de rotación está estabilizado por nuestro enorme satélite.
El Marte antiguo fue un lugar muy diferente al de hoy, seco y árido. No hay duda de que el agua corrió por la superficie de Marte. Por el Ares Vallis circuló un caudal de mil millones de metros cúbicos por segundo. Por el Amazonas circulan 300.000, y la gran catarata que rellenó el Mediterráneo a través de Gibraltar llevaba tan sólo 60 millones. ¿Hubo alguna vez un océano? No está muy claro, aunque su existencia explicaría una serie de características, como las diferentes edades de los canales o los relieves parecidos al de una zona costera.