Una visión feminista del amor en el siglo XVIII
Un monje español escribió un ensayo sobre amantes que se adelantó a su tiempo, especialmente por su enfoque en perspectiva de género, tal como defiende una investigadora española en un artículo publicado en la prestigiosa revista Isis, de History of Science Society.
El filósofo español Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) escribió en 1736 el ensayo Causas del amor, donde pretendía explicar por qué las personas nos imaginamos cosas diferentes a pesar de ser de la misma naturaleza. ¿Por qué una persona ama una cosa y otra lo contrario? ¿Por qué unas personas son apasionadas y, sin embargo, otras se quedan en entusiastas? ¿Por que detestamos hoy lo que amábamos ayer? Feijoo reflexionó en sus estudio si es posible amar el interior de otra persona a primera vista, por qué los amantes se ponen en marcha con solo pensar en la otra persona o por qué es tan difícil dejar atrás un desengaño amoroso.
A diferencia de otros autores de la época, a Feijoo le preocupaba el vínculo amoroso en sí: cómo ocurre, qué cambia en el interior de una persona a causa de la otra y qué se debe hacer para mantener o apagar la llama. En palabras del propio monje: “mas por lo que pertenece a la física, o filosofía natural, se puede asegurar que aún está la materia casi intacta”. Ya que “hay tanto escrito del amor”, podríamos decir desde nuestra óptica del siglo XXI que es casi un acercamiento “científico” hacia las relaciones amorosas. En lo referente a la “filosofía moral, hay bastante escrito, […] más por lo que pertenece a la física, o filosofía natural, se puede asegurar que aún está la materia casi intacta”.
Amor sin género

Feijoo
“De qué causas nace o pende el amor?, se pregunta Feijoo. Este autor mantenía que las pasiones eran el producto de una relación contingente entre el alma, la carne y el mundo exterior. En su modelo fisiológico se excluía por completo la posibilidad de saber si dos personas encajarían la una con la otra hasta el preciso momento de su encuentro físico.
“Mi interés en la exploración de las ideas de Feijoo es doble”, dice Elena Serrano, autora del estudio. Por un lado “podría decirse que fue el pensador más influyente del siglo XVIII en el mundo hispano” y, por otro, “su modelo fisiológico consideraba a hombres y mujeres como intelectuales iguales, con importantes consecuencias para sus puntos de vista sobre el emparejamiento”. Feijoo comenzó a publicar sus escritos con 50 años para combatir las “opiniones filosóficas erróneas”. Tuvo una gran capacidad para exponer “cuestiones difíciles en un lenguaje sencillo”, con las que “alentaba a los laicos a pensar”. El segundo aspecto señalado por Serrano es que defendió lo que “podríamos llamar una fisiología feminista […] en las que los cuerpos femeninos no se ven como copias inferiores o imperfectas de los masculinos”. En realidad son tres cuestiones de una actualidad verdaderamente rabiosa: escepticismo, divulgación y feminismo.
Feijoo defendía algo que no se pone hoy en duda, excepto en algunas cultura o países: “la única manera de lograr matrimonios duraderos era reconocer primero que no había diferencias en el funcionamiento de los cuerpos de hombres y mujeres”.
Al comienzo de su ensayo Teatro cívico universal (1726) Feijoo lanza su “Defensa de las mujeres”, en la que defiende la igualdad intelectual de los sexos. Sus argumentos ya habían sido utilizados en el siglo XVII por escritoras del siglo XVII, como Marie de Gournay, Lucrezia Marinella y María de Zayas y, en general, seguidores de las ideas cartesianas que defendían la independencia de la mente de su sustrato corporal. Serrano señala que “Feijoo no solo se burló del sistema de Huarte, sino también del de Nicolás Malebranche”. Juan Huarte de San Juan (1529-1588) fue un médico español muy reputado, reimpreso en 1702, que defendía diferencias intelectuales por sexos, igual que el filósofo parisino Nicolás Malebranche (1638-1715). En esta defensa, Feijoo pone el acento en que una simple argumentación con palabras no demuestra nada: “Pero lo que yo siento es, que con esos discursos filosóficos todo se puede probar, y nada se prueba. Cada uno filosofa a su modo”.
“Como contraargumento a estos filósofos masculinos, Feijoo se dirigió a Oliva de Sabuco, autora de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre (1587), que había sido recientemente reeditada”, comenta Serrano en el artículo. Oliva de Sabuco (1562-1646) fue una filósofa española que defendió un enfoque opuesto a la medicina galénica de los cuatro humores. El “reconocimiento de Feijoo a Sabuco tenía connotaciones patrióticas”, aunque lo más importante es que defendió que las ideas médicas alternativas podían defenderse sin suponer una oposición al dogma católico. “Para Feijoo, defender la igualdad de sexos no era solo una cuestión de equidad: aseguraba la armonía social acorde con el catolicismo”.
Por tanto, la idea que respalda el monje español es que el amor puede surgir con igual fuerza en el cuerpo masculino y femenino o, como dice Serrano, “la intensidad de los sentimientos amorosos no era una señal de feminidad”. A menudo, señala Feijoo, se observan hombres que son “dulces, benignos, amables, serviciales, humanos, liberales, deferentes y cariñosos”.
Las causas fisiológicas del amor

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Feijoo distinguió tres clases de amor. El primero era “puro apetito”, semejante al que se sentía al oler una fruta deliciosa; el segundo un “amor intelectual” que solo se excitaba por el alma racional y, el tercero, el “amor patético” o la “pasión del amor”, en el que realmente estaba interesado. Tuvo que entrar en el debate mente/alma-cuerpo, es decir, cómo lo material es capaz de producir sensaciones, pensamientos y sentimientos. Recordemos que estamos en el siglo XVIII, por lo que el debate a este respecto estaba abierto. Thomas Willis (1621-1675), por ejemplo, describía los nervios como tubos huecos a través de los cuales viajaban rápidamente los espíritus animales. Pero para Feijoo los nervios eran sólidos, como las cuerdas de instrumentos musicales, que ejercen su influencia mediante vibraciones. A pesar de ello, mantuvo las vísceras como el lugar de los sentimientos, afirmando que el órgano que siente el amor era el corazón. Sin embargo, nos sorprende con las siguientes palabras: “Y ¿dónde está el origen de todas estas sensaciones? Indubitablemente en el cerebro”. Y es que, “en el cerebro está el origen de todos los nervios”, añade.
Olores, sonidos, etc. Sensaciones que sin duda son fundamentales en el enamoramiento. “La impresión que hacen los objetos en los órganos de todos los sentidos se propaga por los nervios hasta el cerebro, donde está el sensorio común”, decía en su Causas del amor. Sin embargo, una vez más haciendo honor a su época y condición eclesial, termina afirmando “que no ve el ojo, sino el alma”. Podemos perdonarle este desvarío desde la perspectiva histórica, más si tenemos en cuenta que “también especuló sobre la influencia de los productos químicos”, como bien indica Serrano. Aunque un poco especulativo, eso sí: “Si el chico había comido o bebido recientemente, las sales disueltas en su sangre afectarían su corazón a través de «poros ocultos», predisponiéndolo a la atracción lasciva”. También aplicable a las chicas, como bien defendía el propio Feijoo.
Fue un paso más allá afirmando que podría haber diferentes temperamentos basados en “disposiciones nerviosas”. Teniendo en cuenta este conjunto de variables, sería increíblemente difícil saber si dos personas coincidirían antes de un encuentro físico real. Tuvo problemas con la Inquisición cuando defendió esta tesis en su pieza Importancia de la ciencia física para la moral (1739).

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Elena Serrano es investigadora postdoctoral en el proyecto europeo ERC Cirgen: Circulating gender in the global Enlightenment: Ideas, Networks, Agencies, en la Universitat de València. Su artículo A Feminist Physiology: B. J. Feijoo (1676–1764) and His Advice for Those in Love es de acceso gratuito en la página de Isis y fue publicado en diciembre de 2021.