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Los seres vivos más peligrosos

Si alguien nos pregunta a qué seres vivos les debemos tener miedo porque peligra nuestra vida, no porque nos den asco, muchos responderíamos que un león, o un tigre o quizá el gran tiburón blanco. Muy pocos señalarían a unos seres diminutos, visibles con microscopio electrónico: los virus.

En la actualidad el más letal es el virus de la inmunodeficiencia humana o VIH, causa de la lamentablemente famosa enfermedad del sida. Desde que la pandemia empezó alrededor de 1985, más de 20 millones de personas han muerto de esta enfermedad. En estos momentos, el VIH infecta a más de 36 millones de personas en todo el mundo. Como todos sabemos, el VIH colapsa el sistema inmune de una persona, aquello que nuestro organismo utiliza para defenderse de las agresiones externas. Una vez que una persona pierde gran parte de sus defensas, su cuerpo no puede combatir a los microbios que causan infecciones. Dicho de otro modo, el VIH abre las puertas a los verdaderos asesinos.
Otro de los virus más mortales es el de la gripe. En 1918 apareció una cepa -una versión- del virus de la gripe especialmente virulento. Por dar unas pocas cifras: mató a cerca de 21 millones en todo el mundo, aunque los hay que dicen que murieron de 40 a 50 millones de personas. Si esos últimos datos son ciertos, entonces el virus de la gripe de 1918 ha sido, sin lugar a dudas, el más mortal en un solo año. Pero lo peor de todo era la muerte tan horrible que ocasionaba a quien la contraía: producía tanto fluido en los pulmones y tan rápidamente, que morían ahogados.
Una bacteria de nombre Yersinia pestis tiene el nada meritorio honor de ser el microbio que más muertes a causado en el mundo. Porque la Yersinia pestis es la culpable de la peste. De 1347 a 1351 mató a cerca de 75 millones de personas, incluido un tercio de la población total de Europa. Hay dos formas de la enfermedad. En la forma bubónica, la bacteria causa dolorosas pústulas, o bubas, tan grandes como una naranja en las axilas, el cuello y el bajo vientre que revientan exudando sangre y pus. Los vasos sanguíneos se rompen bajo la piel, dándole a ésta un aspecto amoratado, de ahí lo de la muerte negra. Al menos la mitad de las víctimas morían en una semana. Por su parte, la forma neumónica causa un sudor excesivo y tos con sangre, que encharca los pulmones.
Todo porque un día de octubre de 1347 doce galeras genovesas arribaron al puerto de Messina, en Sicilia. Desde esos barcos, de los que no se sabe muy bien de dónde venían, la peste se preparó para saltar al continente. Y nadie estaba a salvo.

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