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Megacometas, asteroides y prensa amarilla: ¿de verdad son tan peligrosos?

Cada vez leemos más titulares sobre cuerpos celestes que se acercan hasta casi ‘rozar’ la Tierra como si se fuera acabar el mundo. En este artículo intentamos diferenciar el sensacionalismo de los riesgos reales que estos objetos suponen.

Casi cada semana leemos noticias de nuevos meteoritos y cometas que se acercan a la Tierra y nos hemos preguntado por qué se habla cada vez más de este tema: ¿es por sensacionalismo, por generar expectación, o simplemente ahora tenemos más medios para detectarlos? “Hoy en día tenemos más herramientas: hay más telescopios espaciales, y los terrestres ya son aparatos muy sofisticados con una elevada capacidad de detección de objetos celestes”, nos explica el director del Máster Universitario en Astrofísica y Técnicas de Observación en Astronomía de UNIR Francisco Espartero. “Además, ha crecido el número de agencias espaciales en todo el mundo, hay países como la India que hasta hace pocos años no habían desarrollado una industria espacial de calidad y ahora tienen sus propias misiones, todo esto hace que aumente el número de registros”.

Como explica el astrobiólogo Carlos Briones en su libro ¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el cosmos, los asteroides y meteoroides más cercanos a la Tierra se denominan NEA (Near Earth Asteroids) y, junto con los cometas cuyas trayectorias intersectan en algún momento la órbita terrestre, se agrupan en los llamados NEO (Near Earth Objects). Unos 800 de estos objetos se someten a observación constante por encontrarse a menos de 7,5 millones de kilómetros de nosotros y presentar un peligro potencial. Tanto para Briones como para Espartero, la prensa amarilla está dando demasiada importancia a estos objetos: “Hay que informar y formar a la opinión pública, pero siempre dentro de la prudencia y no sacando noticias cada dos por tres como si se fuera a acabar el mundo, no se pueden vender cosas que no son ciertas”, reflexiona el profesor de la UNIR.

¿Hay motivos para alarmarse?

Según nos comenta Espartero, el porcentaje de objetos celestes conocidos que supongan un riesgo real para el planeta es muy bajo, pero nos deben preocupar más los objetos que no conocemos. “El peligro está ahí, la mayor parte del mismo está controlado, pero otra parte no, y obviamente eso es un riesgo real. Hay objetos pequeños, como el de la explosión de Cheliábinsk en 2013, que escapó a los medios de detección y nos pilló por sorpresa”, recuerda el experto.

“El riesgo mayor está en los asteroides pequeños y meteoroides, con tamaños de entre 15 y 150 metros, dada su dificultad para detectarlos con telescopios hasta que están ‘muy cerca’ en términos astronómicos”, explica Briones en su libro. “Habría que establecer una red mundial muy precisa y bien coordinada para tener una información real de lo que nos amenaza, porque no hay que quitarle importancia al riesgo”, indica Espartero. “Algunos de estos NEO se aproximan incluso a distancias inferiores a la que nos separa de la Luna, y en caso de impacto con la Tierra originarían una debacle a nivel planetario”.

Cómo evitar colisiones

Como ya hemos comentado, cada vez se dispone de una mayor capacidad de detección que permite conocer nuevos objetos celestes y anticiparse a impactos potenciales. Además de los grandes telescopios y las agencias espaciales, existe una buena red astrónomos aficionados por todo el mundo que, gracias a la astrofísica robótica, están realizando importantes aportaciones y ayudando a detectar bólidos y meteoros.

Por otro lado, la única manera posible de evitar que un asteroide choque con la Tierra es, a priori, desviar su trayectoria. Para ello, los científicos de la NASA llevan años trabajando en métodos que podrían resultar efectivos y en noviembre despegará la misión DART o ‘Prueba de redireccionamiento de doble asteroide’. El objetivo es realizar una prueba para desviar el asteroide Didymos utilizando una nave espacial que impactará contra el mismo en octubre de 2022. Con ello, se espera modificar su velocidad en un milímetro por segundo a unos 11 millones de kilómetros de distancia de la Tierra.

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