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Los transportes del futuro

Drones personales, coches autónomos, túneles sin tráfico, bicicletas eléctricas compartidas, cápsulas que acelerarán hasta 1.000 km/h, aviones supersónicos y vuelos suborbitales. Los nuevos vehículos prometen librarnos de atascos y esperas, y conectarán los extremos del planeta en unas horas.

Desayunar un cruasán en París y comer unas pocas horas más tarde una hamburguesa en el centro de Manhattan. Cuesta creer que estemos hablando del pasado y no del futuro, pero esa era la promesa del Concorde, el avión supersónico que durante 34 años conectó Londres y París con Nueva York y Washington D. C. en la mitad de tiempo que un aparato convencional. En solo tres horas y media, cubría la ruta entre la capital francesa y el corazón financiero de Norteamérica.

Su desaparición en 2003 hizo que el mundo comenzara a moverse un poco más despacio. No lo hemos notado porque la velocidad de las comunicaciones ha crecido en los últimos años de forma espectacular. Hoy podemos establecer una videoconferencia con cualquier persona del mundo en cuestión de segundos y desde prácticamente cualquier punto del globo, y el flujo de  información entre individuos y empresas es constante, pero si queremos desplazarnos desde un punto A a un punto B las cosas han cambiado muy poco respecto a las décadas de los ochenta y los noventa.

La buena noticia es que varios avances en inteligencia artificial y la física de materiales, unidos al auge de la llamada economía colaborativa, prometen cambiar pronto y de forma radical el  mundo del transporte. No solo la velocidad a la que nos movemos, que aumentará de forma considerable si las ideas más novedosas acaban implantándose, sino también la comodidad, el precio y la seguridad con la que lo hacemos. Es una revolución necesaria, porque la población humana sigue creciendo y tiende a concentrarse en megalópolis donde el tráfico empieza a ser un problema infernal. En Ciudad de México, por ejemplo, el 66 % de los 21 millones de habitantes del área de influencia de la urbe sufren a diario un atasco. Lo mismo le ocurre a más del 60 % de los casi 10 millones de personas que viven en Bangkok (Tailandia). Que haya más gente en las ciudades fuerza a expandir estas mediante suburbios cada vez más lejanos, que no son fáciles ni económicas de conectar con transporte público.

En el aire, los problemas son similares. En muchas ciudades la capacidad de los aeropuertos ha llegado a un punto de saturación. Se pueden ampliar las terminales y añadir pistas, pero hay un número máximo de aviones que una torre de control puede hacer aterrizar y despegar con seguridad. La respuesta del sector ha sido aumentar la capacidad de las aeronaves, con modelos como el gigante Airbus 380, capaz de transportar hasta 853 pasajeros por vuelo. También su autonomía, de forma que se pueda reducir el número de escalas. En marzo de 2018, por ejemplo, aterrizó en Londres el primer vuelo directo desde Australia tras diecisiete horas ininterrumpidas en el aire. Son parches efectivos pero temporales. No solucionarán el problema a largo plazo. Sumemos a estos dilemas una industria del transporte excesivamente dependiente de los combustibles fósiles y tendremos la receta perfecta para una crisis global si no reaccionamos a tiempo.

Por suerte, estamos siendo testigos de los primeros pasos de los vehículos que usaremos en el futuro, los métodos de desplazamiento que pondrán fin a muchos de los problemas a los que nos enfrentamos: cápsulas capaces de transportarnos entre ciudades a una velocidad de 1.000 km/h, drones de pasajeros para ir de un edificio a otro evitando el asfalto, coches sin conductor en los que podremos aprovechar el tiempo de viaje para charlar, leer o jugar, o bicicletas eléctricas con las que recorrer de forma limpia las megaurbes del siglo XXI. Su implantación no será sencilla, y no necesariamente por obstáculos técnicos. Muchos de estos sistemas de transporte requieren cambios sociales y de diseño urbano que tardarán décadas en hacerse realidad.

Tomemos, por ejemplo, el coche autónomo, uno de los desarrollos más prometedores de los últimos años, ya en pruebas en varias ciudades de Estados Unidos. En 2018, dos accidentes mortales empañaron  las perspectivas de su despliegue. El primero fue un atropello en Temple (Arizona), causado por un coche autónomo de Uber (la empresa internacional de transporte) que circulaba por una carretera poco iluminada. La conductora que debía tomar las riendas en caso de emergencia no estaba lo suficientemente atenta y no vio a una persona que cruzó lejos de un paso  de peatones y que los sensores del vehículo no pudieron detectar a tiempo.

En el segundo caso, el implicado fue un Tesla Model X cuyo conductor circulaba con el piloto automático puesto cerca de Mountain View, la sede de Google en California. No es la primera vez que pasa, pero las autoridades que investigan el suceso no se explican cómo pudo ocurrir. El coche embistió a gran velocidad la barrera que separa los dos sentidos de la autopista, pese a que estaba bien señalizada. Estas dos tragedias materializan las preocupaciones de muchos conductores respecto a esta tecnología. Aunque sabemos que los ordenadores pueden decidir con más rapidez que nosotros, tendemos a desconfiar de su capacidad al volante. Analizar las condiciones del tráfico requiere una atención constante que puede suplirse con muchos sensores, pero también cierta intuición sobre cómo suelen reaccionar los humanos antes situaciones inesperadas o reconocer imágenes que pueden ser confusas para los sistemas actuales de inteligencia artificial.

Una encuesta hecha en el Reino Unido por la aseguradora Línea Directa apuntaba a un fuerte rechazo social hacia este tipo de coches autónomos. Casi uno de cada tres  entrevistados consideraba que este tipo de vehículos no será más seguro que los coches actuales, y al menos dos tercios preferirían tener el control del vehículo en todo momento, a pesar de que la mitad considera que conducir no resulta una experiencia agradable.

Solucionar estos problemas y dudas resultará necesario para desarrollar un mercado, el del transporte personal, que se calcula que llegará a mover 15 billones de dólares en el año 2025, y que, más allá del dinero, transformará la forma en que vivimos. A continuación repasamos siete de los vehículos que pueden protagonizar ese cambio.

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