España, en suspensión de pagos. O Europa o llanto y crujir de dientes
Pese a que muchos no lo queramos reconocer el futuro y las consecuencias económicas del coronavirus ya están aquí y no van a ser precisamente agradables ni fáciles.
Otro día, otra noche. Otra noche, otro día. El tiempo pasa denso, gris, espeso, adormecido por el tic tac de las ruedas de prensa, melifluas y vanas, de un gobierno desnortado y desbordado, todo palabrería hueca y tópica. Nunca tanto para tan poco. Nunca tanta comparecencia para tan escasa chicha.
Juntos podemos, nos repiten desde las campañas salvadoras de medios agradecidos. Aplaude desde la ventana, no vaya a ser que el vecino advierta tu ausencia culpable. La curva se invierte, escuchamos desde semanas atrás, atención que el pico se acerca, que ya lo tenemos aquí, que ya lo pasamos, tonto. Y tú, sin enterarte. Qué bien lo hacemos, que buenos somos, los mejores, vaya, asombro del mundo entero. Y nosotros, desagradecidos, sin advertirlo. Otro día, otra noche. Y mientras, el eco de los muertos que no sabemos contar maldice el tiempo de nuestra ausencia. Preferimos no saber, no conocer, no vayamos a atisbar un futuro que no nos guste y que altere nuestro cómodo duermevela. Mejor, sonreír bobaliconamente ante la televisión que nos acuna con sus medias verdades azucaradas, pura muselina rosa, gasa que desdibuja eso oscuro que llama a nuestras puertas. ¿El futuro? Pues que sea el único que queremos escuchar, el de las bienaventuranzas gubernamentales, el que tapa con su manto de palabrería la dura realidad que no queremos reconocer.
Pero el futuro, desgraciadamente, ya está aquí. España está en suspensión de pagos. O, mejor dicho, entrará en ella en los próximos meses, salvo que los europeos nos ayuden con fondos ingentes y masivos. Ya no dependemos de nuestros ingresos para subsistir, dependemos de lo que nos presten. Lo repetimos, para que quede claro y nadie se llame a engaño. Estamos, como nación, en práctica suspensión de pagos, así de duro y simple. Pero no nos lo dicen. Porque no lo ven o porque viéndolo, prefieren mantenernos narcotizados, infantilizados. No te preocupes, nos machacan, nadie quedará atrás, el Estado te salvará. Y necesitados como estamos de un clavo para agarrarnos, obviamos que ya arde con incandescencia fundida. No, el Estado no nos salvará, por una razón sencilla. Porque no podrá. No tendrá dinero para tanto como promete, no tendrá economía para sustentar el castillo de sueños con el que nos embelesa. Como hipnotizados, malgastamos el día en un duermevela ausente del que sólo emergemos cuando la angustia clarividente aleja el sueño de la noche. Y es entonces, en nuestro insomnio, cuando vemos, sabemos, comprendemos. Curioso mundo el nuestro, en el que la oscuridad nos ilumina mejor que la información multicolor de noticieros y concursos.
Los estados nunca quiebran, escuchamos decir. El Estado no puede presentar suspensión de pagos, se consuelan algunos. Ignoran la historia. Muchos estados presentaron suspensión de pagos en el pasado, España incluida. Lo hicimos en una docena de ocasiones, varias de ellas, por ejemplo, durante el reinado de Felipe II. Quiebras, le decían que aquellos tiempos descarnados e inmisericordes. Reestructuraciones de deuda, le diremos en estos tiempos de palabras dulces y sinónimos cómplices. Llamémosle como queramos, pero esto es lo que hay: o Europa nos paga nuestro marrón o terminaremos siendo absorbidos por el agujero negro de las cuentas sin pagar.
La montaña de deuda y la insolvencia pública
Las cuentas públicas españolas presentaron el año pasado un déficit del 2,7 % sobre el PIB, esto es, más de 30.000 millones de euros. Y eso que crecíamos al 2%. Ahora, que vamos a caer más de un 10%, los gastos anticíclicos se dispararán – desempleo, subsidios, étc… - y los ingresos se desplomarán. ¿A cuánto ascenderá entonces el déficit? No hay que ser un genio de las finanzas para deducir que superará con creces el 10% que alcanzamos en plena crisis de 2008. O sea, un mínimo de 130.000 millones. O, quién lo sabe, si llegará a alcanzar el 15%, unos 190.000 millones, a los que habría que sumar el servicio de la deuda ya existente y que supera el 95% del PIB. Un auténtico disparate, en suma, que nos conduce a la insolvencia pública. Nosotros no podremos pagar esa montaña de gastos y deuda. Y a eso se le llama suspensión de pagos. Previsible, hoy; segura si Europa no nos ayuda.
Pero Europa no se fía de nosotros. Si siempre incumplimos nuestros compromisos de déficit, ¿por qué habríamos de cumplir esta vez? Pero tenemos que alcanzar un acuerdo suficiente. ¿Por qué? Pues por un sencillo motivo. Porque si no lo hacemos, nos morimos. Porque tenemos que pagar pensiones, desempleo, sanidad, funcionarios. Y, por doloroso que sea el reconocerlo, es estas alturas ya no podemos hacerlo por nosotros mismos y menos aún podremos conseguirlo durante una buena temporada, al menos. Dependemos de Europa, en primera instancia, del FMI en última derivada. Europa no nos puede dejar atrás. No se trata de justicia, sino de supervivencia. Nuestra y de Europa, claro está.
La salvación de España está en Bruselas, no en Madrid
Hasta ahora, lo acuerdos alcanzados son insuficientes. Cada país tendrá sus razones, pero nosotros necesitamos imperiosamente ese dinero. Al final, con más o menos condiciones, con intervención en mayor o menor grado, esperemos que llegue. Y que llegue pronto, porque no está la cosa para tonterías. Otra cosa es el uso que de él hagamos, o la inflación que, a medio plazo pudiera aparecer. Pero esa es otra historia que abordaremos en su momento. El tema urgente es que estamos en práctica suspensión de pagos y que precisamos quién nos ayude con urgencia. Pero para conseguirlo, tendremos que poner, y mucho, de nuestra parte. El gobierno, que promete más y más gasto sin saber cómo los pagará, puede caer en la tentación de querer salir guapo en la foto para que así aparezcan como malos los insolidarios países del norte, con los malvados holandeses a la cabeza. Sería un tremendo error, pura demagogia. Necesitamos la ayuda de Europa, pero con Europa, no contra ella.
Entraremos ineludiblemente en suspensión de pagos y nuestra salvación ya no se encuentra en Madrid, sino en Bruselas. Y esto es lo que hay, o fondos europeos o, al modo bíblico, llanto y crujir de dientes. Qué pena. Pero es lo que tenemos por delante y con lo que tendremos que lidiar. Salir, saldremos, pero, por favor, no se deje seducir por las ambrosías e hidromieles de quiénes no supieron estar a la altura de las circunstancias y se ocultaron tras la prestidigitación engañosa del relato machacón. No se fie de ellos y acuérdese de estas líneas, porque pronto comenzarán a buscar culpables de su fracaso descomunal.
Apriete los dientes y dispóngase a luchar, a resistir, a trabajar, a sufrir, a bien gestionar, porque es así como se superan las crisis. Y, de paso, como se genera confianza ante nuestros socios europeos, los únicos que, a día de hoy, podrán paliar en algo nuestro padecer. Porque estamos en práctica suspensión de pagos y nosotros sin enterarnos.