Los cambios meteorológicos pueden expulsar del negocio a las aseguradoras
El coste de una cobertura adecuada puede acabar siendo desorbitado cuando más se necesite.
Los prácticos de la Autoridad del Puerto de Londres son los taxistas del estuario del Támesis. Desde sus instalaciones de Gravesend, a 33 kilómetros de la capital, guían cada año a unos 10.000 barcos hasta las terminales de Londres. Surcan las aguas en rápidas patrulleras y usan escaleras de cuerda para subir a buques tan altos como edificios. Del mismo modo que los conductores de los famosos taxis negros londinenses se saben al dedillo las 25.000 calles de la capital, los prácticos deben recordar cada banco de arena y cada parque eólico de la desembocadura del río.
Son eslabones esenciales en una cadena de suministros de la que el sureste de Inglaterra depende para todo, desde la comida hasta el combustible. Cuando los vientos soplan con demasiada fuerza, los prácticos no pueden subir a los barcos y, si se acumulan los retrasos, las terminales se atascan. Es posible que a las costas británicas lleguen pronto tormentas mucho más fuertes, lo que paralizaría el comercio durante días. Ese tipo de reacción en cadena es uno de los ejemplos de los costes que pueden suponer las emisiones de gases de efecto invernadero.
Las compañías de seguros se encuentran excepcionalmente expuestas a esta clase de cambios. Cada año decenas de millones de empresas suscriben pólizas para protegerse de riesgos diversos. El año pasado, las primas abonadas en todo el mundo dentro del ramo de no vida alcanzaron los 2,4 billones de dólares, según Swiss Re, una de las grandes reaseguradoras a las que las compañías de seguros que tratan con empresas y particulares traspasan parte de sus riesgos para evitar pérdidas inasumibles. Si los acontecimientos extremos se convierten en la norma, las aseguradoras se verán obligadas a pagar a sus clientes indemnizaciones cada vez más grandes, lo que depreciaría el valor de sus activos. Lo mejor que podría suceder es que las compañías de seguros se reinventaran ayudando al mundo a lidiar con la nueva situación; al fin y al cabo, su negocio consiste en gestionar riesgos. Pero, en el peor escenario, habrá quiebras de aseguradoras y grandes áreas de la economía global se volverán inasegurables.
El sector asegurador está ya sufriendo desastres de unas dimensiones sin precedentes. A comienzos de septiembre de 2019, el huracán Dorian, uno de los dos mayores que se recuerdan en el Atlántico, se abatió primero sobre las Bahamas y luego sobre las Carolinas. En julio, el huracán Barry llevó al estado de Arkansas las lluvias más intensas jamás registradas. En 2019 –datos de finales de septiembre–, tres ciclones habían recorrido ya la cuenca del océano Índico. En noviembre, los incendios arrasaron la mayor área de California quemada hasta la fecha.

reparto contaminación
Cada vez se ven con más frecuencia catástrofes de enorme coste. Entre 1980 y 2015, hubo en Estados Unidos una media de cinco desastres naturales anuales que produjeron daños superiores a 1.000 millones de dólares (en precios corrientes). Entre 2016 y 2018, la media anual fue de quince. Según la empresa de modelos climáticos AIR Worldwide, en el siglo XX un huracán de la fuerza de Harvey –el más dañino en toda la historia de Estados Unidos– habría sido considerado una calamidad que se padecía una vez cada 2.000 años. Cuando Harvey llegó, en 2017, esa frecuencia ya se estimaba en uno cada 300 años. Para 2100, asegura Peter Sousounis, de AIR Worldwide, ocurrirá una vez cada siglo, y las marejadas ciclónicas que se clasificaban como fenómenos que se producían cada milenio se sucederán cada treinta años.
Las catástrofes son también cada vez más difíciles de predecir. Aunque los nuevos modelos de análisis están empezando a tener en consideración el cambio climático, la mayoría de ellos siguen utilizando datos de las últimas décadas, que se han quedado obsoletos. Y, con gran dificultad, las compañías de seguros están tratando de incorporar a sus cálculos actuariales los “factores agravantes”, esos impactos que se refuerzan mutuamente y dependen de acontecimientos relacionados con el calentamiento global. Pero no es fácil: saber cuándo las sequías darán lugar a fuegos incontrolados, por ejemplo, es complicado porque las bajas precipitaciones no solo hacen que la vegetación esté más seca y sea por tanto más inflamable, sino que también retrasan su crecimiento. Además, los efectos tienden a no ser lineales. Por encima de los 100 kilómetros por hora, un incremento del 10% en la velocidad del viento normalmente aumenta entre un 50% y un 60% el daño causado, explica Pete Dailey, de la compañía de modelos climáticos RMS.
A esto hay que añadirle el creciente número de viviendas construidas en zonas costeras y terrenos inundables. Desde los años 70, las indemnizaciones pagadas anualmente por el sector asegurador a causa de desastres naturales han crecido veinte veces –teniendo en cuenta la inflación–, hasta alcanzar una media de 65.000 millones de dólares en esta década. Y en esta cifra no se incluyen efectos colaterales como los perjuicios ocasionados a negocios. En 2018 el monto total de las indemnizaciones fue de 85.000 millones de dólares, y eso que fue un año en el que no hubo ninguna catástrofe de proporciones gigantescas.
Las pérdidas causadas por el cambio climático pueden venir también de la otra parte del balance de las aseguradoras: las inversiones que se hacen para cubrir los pagos y depositar los fondos que no están comprometidos. Las compañías de seguros –incluyendo vida, salud, vivienda, automóvil, accidentes y otros– son el segundo mayor inversor institucional del mundo y manejan, en la actualidad, 25 billones de dólares. Habitualmente colocan grandes sumas de dinero en empresas multinacionales, infraestructuras y propiedades, unas apuestas que, a medida que el clima va cambiando, se vuelven más arriesgadas. Además, los cambios estructurales de la economía, como el abandono de los combustibles fósiles, pueden dejar sus carteras de inversión expuestas.
A la vista de estas amenazas, las aseguradoras tratan de garantizar la salud de sus futuros negocios. El éxito depende en parte de la resiliencia financiera. La mayoría de las pólizas se renuevan anualmente, lo que significa que, dentro de los límites de la regulación legal, la compañía puede subir año a año la prima. En los años noventa, hubo una racha de monumentales desastres que cogió a las compañías de seguros con la guardia baja, lo que llevó a que reforzaran sus reservas de capital. Según la consultora McKinsey, el exceso de activo sobre el pasivo disponible para hacer frente a indemnizaciones en el ramo de no vida se duplicó en Estados Unidos –en términos reales– a lo largo de los últimos veinte años. En 1992, el huracán Andrew mandó a la quiebra a once aseguradoras. Por el contrario, en la temporada de huracanes de 2017–18, que batió récords, todas sobrevivieron.
Los reguladores hacen esfuerzos para que las compañías cuenten con capital suficiente. El objetivo consiste normalmente en garantizar que sean capaces de sobrevivir a las pérdidas ocasionadas por el peor año imaginable en doscientos años. Pero ponerle a esto una cifra concreta resulta difícil porque nadie dispone de datos de miles de años. Y, a medida que pasa el tiempo, el peor año va siendo cada vez peor. Los riesgos seguirán creciendo en el futuro, dice Paul Fisher, antiguo supervisor del Banco de Inglaterra. Un año cataclísmico podría golpear a los mercados y hacer mucho daño a las inversiones de las aseguradoras justo cuando más las necesitaran. Algunas se podrían ver obligadas a vender activos para cubrir desembolsos gigantescos, lo que depreciaría sus activos todavía más.
Lo más probable es que las indemnizaciones sigan creciendo sin que por ello se hundan las aseguradoras. Pero, aun así, esto crea un problema. Para afrontar mayores pérdidas, las compañías deben subir sus tarifas. Según el bróker de seguros Marsh, los precios de las primas aumentaron, a nivel mundial, el 5,8% en el segundo trimestre de 2019, casi el doble que en el trimestre anterior (3%). Es el mayor incremento desde que Marsh creó el registro, en 2012. En Estados Unidos, los seguros de propiedad se dispararon un 10%; en la región del Pacífico – fundamentalmente, Oceanía–, los seguros subieron en conjunto un 18,3%. Estos aumentos son para hacer frente a las exigencias de los reaseguradores. Las tarifas medias de reaseguramiento subirán este año un 5%, según la agencia de rating S&P Global. Y, en California, tras los descomunales incendios del año pasado, entre un 30% y un 70%.
Habrá también trimestres tranquilos en que las subidas sean moderadas, pero la tendencia general no ofrece dudas. Y esto no puede continuar indefinidamente sin que algunos clientes se replanteen si de verdad les interesa o no contratar seguros. Las compañías pueden tratar de mantener las primas bajas añadiendo exclusiones o limitando las indemnizaciones. O también es posible que los reguladores establezcan primas máximas, algo que directamente expulsaría a algunas compañías del mercado. Puede ocurrir que determinadas áreas económicas sean imposibles de asegurar, lo que dejaría a un creciente número de personas, empresas y Estados expuestos a pérdidas catastróficas.
La brecha global entre pérdidas totales y pérdidas aseguradas es ya grande y se está ampliando. El departamento de investigación de Swiss Re estima que, entre 2000 y 2018, se duplicó, hasta alcanzar –en términos reales– 1,2 billones de dólares. Nueve de cada diez americanos no tienen asegurada su vivienda, pese a que la mitad de la población vive cerca del agua, señala Erwann Michel–Kerjan, de McKinsey.

huracán dorian bahamas
Las compañías están ensayando varias vías para frenar el crecimiento de este vacío en la cobertura de la población. Están digitalizando las operaciones y automatizando las reclamaciones para reducir costes. También se están implantando nuevas tecnologías, por ejemplo para combatir el fraude con la recopilación de datos a través de sensores o enviando drones a zonas catastróficas, explica Seth Rachlin, de la consultora Capgemini. Hay asimismo innovaciones, como los seguros paramétricos, que resultan útiles para la reducción de costes y la prevención del fraude. En esta modalidad, en lugar de indemnizar por las pérdidas una vez ocurridas, se paga una suma fija cuando un parámetro observable, por ejemplo la lluvia, supera un determinado nivel.
Cuando los riesgos se vuelven inasegurables, las administraciones deben trabajar conjuntamente con las aseguradoras. En Inglaterra, donde una de cada seis viviendas corre riesgo de inundación, el Gobierno y el sector han creado Flood RE, una compañía de reaseguros que permite a las aseguradoras ofrecer primas asequibles a 350.000 viviendas situadas en terrenos inundables.
Muchas compañías ya ofrecen descuentos cuando se toman medidas preventivas, como la construcción de muros de contención de inundaciones. David Bresch, de la Escuela Politécnica Federal de Suiza, sugiere que deberían conceder préstamos a clientes dispuestos a llevar a cabo trabajos de protección más importantes, como por ejemplo el refuerzo de los márgenes de ríos. Pero la naturaleza a corto plazo de la mayor parte de las pólizas de seguros complica las cosas: una compañía que invierte un año en un proyecto puede perder al cliente ante un competidor que le ofrezca una prima más baja al año siguiente. En proyectos de infraestructuras públicas, sin embargo, las pólizas a largo plazo son viables.
Los países en vías de desarrollo están infrasegurados en parte porque los riesgos que corren no son bien conocidos. Sería útil contar con más investigación, así como que los modelos climáticos fueran de acceso público para que los gobiernos y las entidades financieras pudieran estudiar la aplicación de medidas paliativas. Por encima de todo, las aseguradoras deberían difundir los riesgos que implica el cambio climático y la necesidad de contar con una cobertura. A menudo la gente no contrata seguros porque piensa que nunca pasará lo peor, dice Alison Martin, de la aseguradora Zurich. Hablar de cosas que pasan cada 2.000 años no es de mucha ayuda, afirma, “porque muchos pensarán que estamos a salvo durante otros 1.999”.
© 2019 The Economist Newspaper Limited. Todos los derechos reservados. Perteneciente a Economist.com, traducido por Rodrigo Brunori, publicado bajo licencia. El artículo original, en inglés, se puede encontrar en www.economist.com
* Este artículo salió publicado en Muy Negocios & Economía 2.