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Luchando contra el cambio climático desde el trabajo

El trabajo flexible plantea un nuevo paradigma con mejoras para las empresas, para los trabajadores y para el planeta. Y cada vez está más cerca.

¿Y si sólo con cambiar el modo en que organizamos los espacios de trabajo pudiésemos contribuir a reducir las emisiones de CO2? A esta conclusión a la que ha llegado el estudio Suburban Economy Survey publicado por Regus, en el que se analiza cómo el trabajo flexible puede llegar a reducir hasta 46.000 toneladas del gas de efecto invernadero en España a lo largo de la próxima década.
Y la razón es mucho más evidente de lo que parece. A la hora de hablar de trabajo flexible, el estudio pone el foco sobre uno de los puntos clave de este nuevo paradigma cada vez más asentado en la sociedad y demandado por muchos de los trabajadores: el lugar en que se sitúan los espacios de trabajo debe estar al servicio de las necesidades de los empleados, y no al contrario.
Así, frente a la alta concentración que se ha dado en los grandes núcleos urbanos desde la Revolución Industrial a finales del siglo XIX, la solución podría ser recuperar la descentralización, acercando el trabajo adonde viven quienes integran la plantilla, llevándolo a la periferia de las ciudades e incluso a pequeñas localidades o zonas rurales. También forma parte de la propuesta seguir facilitando que sean los propios trabajadores los que decidan dónde quieren llevar a cabo su actividad, como sus propias casas o espacios de co-working en los que reunirse y organizarse entre varios.
Si estas políticas se generalizaran, ¿cuántos desplazamientos se llegarían a ahorrar diariamente si millones de personas no tuviesen que cruzar cada mañana la ciudad de punta a punta desde su domicilio hasta el emplazamiento de su empresa? ¿Y la elusión de emisiones de dióxido de carbono que ello implicaría?
En el caso de España, los ahorros totales de emisiones de las empresas en la próxima década podrían alcanzar hasta 122 toneladas de CO2 por centro al año, además de los 1.036 kilómetros innecesarios que no tendrían que recorrer los empleados, lo que se traducirían en unas 7.759 horas dedicadas en traslados laborales. Es decir, algo más de 323 días. Casi un año de vida por década recuperado para cada individuo, lo cual sin duda redundaría en el bien del planeta. Sin contar con las facilidades que implicaría ante medidas cada vez más populares entre las instituciones, como Madrid Central, adoptadas en pro de cumplir con el objetivo de que la Unión Europea reduzca las emisiones en un 55% para 2030.
Además, la vinculación que existe entre cómo organizamos nuestro mundo laboral y cómo esto afecta al cambio climático no es algo nuevo. José Ramón Fernández de la Cigoña, experto en dirección contable y financiera y colaborador del Centro de Estudios Financieros, explicaba en un artículo elaborado para esta entidad que la flexibilidad horaria, el trabajo desde el domicilio o la reducción de los viajes de trabajo –digitalizando los encuentros- son pasos ineludibles que las empresas tendrán que ir dando en favor de la conciliación laboral y la reversión del cambio climático al mismo tiempo. Y todos tienen que ver con una optimización del transporte y con el cambio de paradigma encaminado al trabajo flexible.
Fernández de la Cigoña alude a la reducción de las jornadas laborales como otra medida esencial. Ya en 2006, los economistas David Rosnick y Mark Weisbrot, del Center for Economic and Policy Research, concluían en su estudio Are Shorter Work Hours  Good for the Environment? A Comparison of U.S. and European Energy Consumption que si los estaodunidenses adoptaran jornadas laborales más cortas y ampliaran sus periodos de vacaciones, consumirían un 20% menos de energía. Y entonces los Estados Unidos habrían emitido un 3 % menos de dióxido de carbono en 2002 que en 1990. También el escritor británico Owen Jones publicaba una sonada columna en el diario The Guardian en defensa de la jornada de cuatro días y sus beneficios verdes. Para ello, se remitía a los argumentos esgrimidos por la New Economics Foundation tres años antes que, hacían hincapié en que aquellos países con jornadas más cortas generaban una huella de carbono mucho mejor que el Reino Unido.
En definitiva, este tipo de planteamientos implican una revisión integral de los beneficios que aportarían estos nuevos modelos de trabajo. Un reto contemporáneo para las propias empresas, para el conjunto de asalariados, para la sociedad en su conjunto y para el planeta.

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