Se venden dudas
Los científicos también se equivocan. No son seres de luz: tienen ideología, intereses y pasiones. ¿A quién creer entonces? La ciencia es antidogmática y se basa en los principios del racionalismo crítico y la falibilidad. Pero no se trata de creer, sino de demostrar.
Me siento a comer sola para desconectar un rato del trabajo y leer algo que no sea actualidad sobre ciencia. En la mesa de al lado, un grupo discute sobre la llegada del ser humano a la Luna. “Si los científicos pueden justificar que la bandera ondeara a pesar de la falta de aire, ¿por qué no nos hacen llegar esas explicaciones?”, pregunta uno. “Sí te las han hecho llegar, lo que pasa es que no quieres saber lo que no coincide con tus creencias”, le responde otro. Qué buena respuesta, pienso yo, mientras me lamento de que no me dejen concentrarme en mi novela y sucumbo a mi vocación de chismosa pegando el oído a las conversaciones ajenas.
Después, otra de las comensales saca la noticia candente de la semana. Debo señalar que todo esto sucedió antes del juicio del procés, de la exhumación de Franco y de las elecciones, así que la gente tenía tiempo para conversar sobre gran variedad de temas: “Pues ahora han anunciado que ya no es malo comer mucha carne roja, así que yo me he pedido el entrecot”. “¿En qué quedamos? Hace dos días decían que daba cáncer; a ver si se ponen de acuerdo, que nos van a volver locos”, le responde su amiga. “Ya te digo, pasará como con el pescado azul, que era el demonio y ahora te puedes hinchar a sardinas…”. Y para terminar, el colofón: “Fíate tú de los científicos, estas cosas son solo modas”.
Habían pasado pocos días desde que una revista científica de gran prestigio, Annals of Internal Medicine, publicara un macroestudio que cayó como una bomba en las redacciones de ciencia. Aquel paper, formado por cinco artículos de revisión de un equipo llamado NutriRECS, indicaba que no hay necesidad de rebajar la ingesta de carne roja y procesada. “Coma usted todo el chuletón y las salchichas que le dé la gana, nadie puede demostrar que le vayan a hacer daño”, parecían decir los autores de aquellos estudios.
El nuevo mensaje chocaba frontalmente con las recomendaciones de la comunidad científica y médica, desde que en 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertara de que reducir el consumo de estos alimentos disminuye el riesgo de cáncer colorrectal.
¿Evidencia científica?
Cuatro años después, el estudio de la polémica venía a asegurar que no hay pruebas para dar tales consejos a la población. Es decir, que las ingentes cantidades de datos que recaban los investigadores y que constituyen eso que se llama "la evidencia científica" no son suficientes para respaldar las directrices consensuadas por los especialistas, matizadas y lanzadas al público. De repente, la ciencia, nada menos que la "Ciencia", le estaba diciendo a usted, me estaba diciendo a mí, que podíamos atiborrarnos de steak tartar y de jamón serrano. ¡Viva la ciencia! Yo compro ese mensaje y, además, lo riego con una copa de vino.
Ojalá fuera tan sencillo, pero no lo es. En primer lugar porque, según decenas de epidemiólogos y médicos críticos con el nuevo estudio de NutriRECS, al analizarlo se observa que no aporta más datos que los ya disponibles, que sus conclusiones son interpretaciones muy opinativas que se contradicen con los datos y que contienen un buen número de errores.
Pero hay más. Rascando un poco, The New York Times destapó que el equipo de investigación había recibido financiación de la industria cárnica. Quizá no pagaron ese estudio en concreto con dólares de los productores de hamburguesas, pero sus lazos económicos eran evidentes. Se trata de un caso, otro más, en el que los científicos tienen conflictos de intereses que no han declarado como deberían. Estos son los hechos. A partir de aquí, usted puede elegir entre dudar de la OMS o dudar de NutriRECS. En cualquier caso, la duda ya está sembrada, y con ella, la erosión a la confianza de la gente hacia las afirmaciones de la ciencia.
Antes y ahora
La duda es el producto más valioso de los negacionistas. Lo explicaron muy bien Naomi Oreskes y Erik Conway en Mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento global, (Capitán Swing, 2018). En el libro, los dos autores, historiadores de la ciencia, contaban cómo en diversos momentos cruciales de la historia de los siglos XX y XXI hubo lobbies apoyados por científicos que “combatieron las pruebas científicas y esparcieron confusión sobre muchos de los asuntos más importantes de nuestra época”. En los años 50, la industria del tabaco explotó hasta el límite la desconfianza del ser humano en beneficio propio. El memorándum de un ejecutivo del tabaco decía así: “La duda es nuestro producto, ya que es la mejor manera de competir con los hechos que existen en la mente del público”. Persuadieron a la sociedad de que tan razonable era pensar que el tabaco provoca cáncer como todo lo contrario; de que las pruebas no eran suficientes, de que había expertos que opinaban diferente y sus opiniones debían tomarse en cuenta. La duda es esencial para la ciencia y esto la hace vulnerable a la distorsión porque “es fácil utilizar inseguridades fuera de contexto y dar la impresión de que todo está por resolver”, dicen Oreskes y Conway en su libro.
Efectivamente, hace años se nos decía que comiéramos menos pescado azul y ahora se considera un alimento saludable. Hace años los bebés debían dormir boca abajo y ahora su pediatra le cortaría las manos si se enterara de que expone a su criatura a ese riesgo de muerte súbita. Hace años los médicos fumaban en la consulta y prestaban su imagen a anuncios publicitarios con una deliciosa estética fiftees que hoy nos resultan tan absurdos como aberrantes.
Y, sin embargo, la ciencia produce las mejores "verdades" de las que podemos fiarnos, precisamente porque es provisional, es mejorable, se corrige a sí misma y está bajo vigilancia de toda la comunidad. Como dicen los autores de Mercaderes de la duda, “la ciencia no proporciona certidumbre. Solo proporciona pruebas. Solo proporciona el consenso de los expertos, basado en la acumulación organizada y el examen de las pruebas”.
Por eso, carece de sentido oír a ambas partes de una controversia científica si existen pruebas contundentes. “A partir de ese punto, ya no hay partes. Hay simplemente conocimiento científico aceptado”. Y también por eso los mercaderes de la duda tratan de crear desconfianza hacia estos consensos basados en pruebas.
Las grandes tabacaleras se han llevado la palma en fabricación de falsas controversias científicas, pero no han sido las únicas. Su estrategia se ha utilizado también por la industria del azúcar, de los refrescos, del alcohol, de los combustibles fósiles… y, por supuesto, en el falso debate sobre el calentamiento global. Falso, porque no existen dos posiciones científicas enfrentadas, por mucho que algunos se empeñen en afirmarlo.
La ciencia se corrige a sí misma
En conclusión: oh, sorpresa, la ciencia no está hecha por seres de luz incorruptibles. Esto parece una obviedad; sin embargo, es una verdad con la que muchos no se sienten cómodos. Quizá les resulte más tranquilizador pensar que hay algo llamado "Ciencia", con mayúsculas, que está por encima de los mortales. No es así. Más nos vale admitirlo y confiar en la ciencia con minúscula inicial, la que hacen hombres y mujeres con ideología, pasiones e intereses; como todos. Para lo malo y para lo bueno.