El valor del atreverse
Se habla mucho del valor del fracaso porque, al fin y al cabo, cuando algo sale mal ¿qué consuelo queda? Llevarse el aprendizaje de lo hecho, la reflexión de qué salió mal y un aprendizaje para no repetirlo más. Sin embargo, lo más importante no es “aprender del error” sino “aprender del atrevimiento”.
¿Qué es fracasar en un trabajo? ¿Es estar en un sitio que no ilusiona profesionalmente? ¿Dónde las mejores capacidades siempre están desacompasadas con los retos? ¿Es no encajar en la cultura? ¿Sentirse un raro, aislado? ¿Es no ser reconocido por los esfuerzos? ¿No ser considerado para el ascenso o que revisen solo la actualización del IPC en el salario?
¿O que te echen del trabajo? Os diré que para mí eso no es fracasar, sino errar. Fracasar es algo peor: es no intentar hacer nada por cambiarlo.
Muchas personas viven sumidas en una inercia de su día a día, en un sinsentido que no cuestionan. A veces están en una posición o reto no alineado con sus habilidades o en un entorno que no aprecia sus esfuerzos y le hace sentir mucha inseguridad. Algunas personas siguen el guion establecido por otros, sin priorizar sus verdaderos intereses por las urgencias que otros les cuelan y que les resultan muy difíciles de rechazar. Un gran número de profesionales en estas circunstancias se aíslan y van perdiendo los recursos y la red que les podrían ayudar. Se contienen, como dormidos. Vegetando. O si no, sacrificándose al máximo, sin ser realmente felices con el resultado.
El talento es acción. Sin acción no hay talento, sólo promesa de talento. Sin acción no hay acierto ni error. Sin acción sólo hay fracaso. Pero no me malinterpretéis, tan malo es decir no a lo que es sí como decir sí a lo que es no. Dudar es humano. Dudan hombres y mujeres, viejos y jóvenes, experimentados y noveles, fuertes y débiles, ricos y pobres. Dudan los que tienen el sentido crítico para evaluar pros y contras de la situación en la que se encuentran, alternativas y disyuntivas. Los cuerdos dudan porque intuyen los riesgos. Los únicos que no dudan son los necios y los desesperados.
No siempre uno está situado en la mejor casilla de salida. Tampoco las oportunidades son iguales para todos. Sin embargo, el éxito no es algo que esté asegurado ni exclusivo de personas con altísimo coeficiente intelectual, ricas o famosas. Podrán tener más recursos de base, pero sin un interés por aprender de forma constante, sin los aliados necesarios o abandonando ante las adversidades, sus ventajas desaparecen. Haciendo nada es difícil que te pase algo. La cuestión es, como dijo Jean Paul Sartre, qué se hace con lo que se tiene. Sin determinación para crear oportunidades, las personas son arrastradas por la inercia de su torrente. Hasta que un día se vuelven como ella, corrientes.
Por eso el mayor valor nace, no del fracaso, sino de atreverse. Atreverse a aprovechar las oportunidades que pasan por delante. Atreverse a hacerse con los recursos necesarios para no estrellarse. Y unas veces se tendrá éxito y otras se fracasarán, pero si son atrevimientos medidos y bien ejecutados, todos esos errores serán “aciertos aproximados”.
Dejarse llevar por la inercia es un síntoma de algo más. La inercia no es la causa de la indecisión del profesional, sino su consecuencia. El síntoma de que existen frenos invisibles o menospreciados que impiden que las personas puedan aprovechar sus opciones de éxito, como explico en el libro Ahora o Nunca (ed Conecta). Da igual si una persona tiene un año de experiencia, cinco, 10, 20 o 30. Todas las personas, sean de la edad que sean, quieren provocar y aprovechar sus ocasiones de calidad.
Provocar oportunidades de calidad y aprovecharlas no es algo que se pueda conseguir solo. Incluso las personas más seguras y con más recursos han necesitado a lo largo de su viaje perspectiva, ponderación, capacitación, aliados, autoconfianza y estatus, las 7 palancas que desarrollo en el libro y que invito a los lectores a descubrir para activar en ellos – y en otras personas a las que puedan ayudar- el “click” que les conduce al éxito profesional.