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La tecnología como causa de las revoluciones políticas que nos sacudirán

La historia se acelera. El mundo, convulso, parece liberar su presión en forma de revueltas enérgicas, de diferente naturaleza y origen, pero que evidencian un mal de fondo: insatisfacción, desigualdad y desesperanza.

Chile, Bolivia, Ecuador, Francia o Colombia, por citar tan sólo unos pocos, son algunos de las docenas de países que se ven convulsionados por manifestaciones y tumultos diversos. Basta leer la prensa para poder realizar el mapa de conflictos inesperados y, en cierta medida, inexplicables. Visto lo visto debemos preguntarnos, ¿estas tensiones son simples casualidades o existe una inquietud generalizada en la actual humanidad? Si diéramos por buena esa inquietud compartida, ¿tendría sólo base política o, de alguna manera, serían los primeros estremecimientos ante las grandes revoluciones que el nuevo universo digital exigirá? ¿Qué viene antes, la revolución política o la tecnológica? Si hacemos caso al bueno de Schumpeter, todos los grandes cambios sociales de la historia vinieron precedidos por revoluciones tecnológicas, que abrieron nuevas posibilidades y que enterraron lo antiguo para alumbrar nuevas sociedades e instituciones. Visto lo visto, podemos pues asegurar que las revoluciones tecnológicas preceden a las políticas. ¿Estará ocurriendo en nuestros días algo parecido?
Sin duda alguna, estamos inmersos en la mayor de las revoluciones tecnológicas que vivió la humanidad. Ni siquiera la del neolítico - cuando abandonamos la vida nómada para crear las ciudades, las fronteras y los impuestos -, supuso un cambio tan radical de paradigmas y hábitos como la que actualmente experimentamos. Nacieron entonces las primeras civilizaciones, que cuajaron grandes imperios y que aniquilaron a las poblaciones que tecnológicamente se quedaron atrás. El salto digital que experimentamos en nuestros días también supera en intensidad los cambios inducidos por la primera revolución industrial, con la aparición del capitalismo industrial de grandes fábricas accionadas por la energía del vapor, del tren, como transporte y del telégrafo como comunicación. Hasta ahora, cada una de las grandes revoluciones industriales ocasionó grandes cambios sociales y políticos. En la del neolítico, los reyes, los ejércitos e imperios. En la del vapor, el proletariado, el marxismo, el capitalismo y la democracia parlamentaria. Y la actual, ¿qué acarreará? Si damos por buenas las anteriores afirmaciones y esta revolución es más profunda que las anteriores, no cabe duda que las repercusiones que tendrá en la sociedad y en la política serán incluso superiores a las que sacudieron los siglos y los milenios de atrás. El mundo sigue regido por instituciones políticas - parlamentos, tribunales, gobiernos – de raigambre centenaria, que progresivamente se irán mostrando incapaces de gestionar el mundo interconectado e inmediato de las redes sociales y la inteligencia artificial. Las viejas instituciones que no se acaban de marchar ni las nuevas por venir, por lo que todo se moverá ante nuestros pies en estos próximos años.

Causas, temores y medios del descontento

Se dice que los estallidos de cólera social se deben a la desigualdad creciente. Puede ser. Pero, ¿y si esta desigualdad también viene motivada, al menos en parte, por las nuevas formas de economía digital que tienden a crear estructuras globales en la que la riqueza se concentra en la cúpula mientras que empobrece a la base? ¿Y si la desazón que experimenta la sociedad actual se debiera, en verdad, al temor que experimenta ante los cambios desaforados que sacuden su mundo? ¿O el miedo a perder el empleo? Se dice que las masivas movilizaciones de la actualidad sólo son posibles gracias a las redes sociales. Puede ser, quien sabe. Pero se tratarían, en todo caso, de un medio, no de una causa, que hay que buscarla en cuestiones más profundas, como las anteriormente expuestas.
Nos adentramos, pues, en un mundo nuevo, el digital, que exigirá una nueva ética, nuevos modelos de negocios y empresas, nuevas leyes e instituciones políticas, nuevos sistemas fiscales y laborales. Mientras no consigamos acompasar nuestras instituciones a la nueva realidad, todo se moverá bajo nuestros pies y el malestar será creciente. Entramos en un periodo de revoluciones políticas, económicas y tecnológicas, todas interrelacionadas entre sí. O logramos alcanzar un equilibrio entre la tecnología, política y economía con la justicia, la igualdad, la libertad, el bienestar y la sostenibilidad, o el mundo se convertirá en un polvorín presto a explotar a la mínima chispa que salte.
Bienvenidos a la incertidumbre y agitación, caldo de cultivo necesario para todas las revoluciones que en el mundo fueron. Y, más allá de debate sobre el futuro del empleo que libran los tecnoptimistas frente a los tecnopesimistas, debemos de ser conscientes de que, en verdad, el desasosiego mundial posee raíces más profundas y esenciales que las meramente laborales. Lo digital cambiará nuestra sociedad, nuestra forma de gobernarnos, de relacionarnos, de trabajar. Y nuestros políticos no pueden ni siquiera imaginar el mundo que viene porque, en verdad, nadie todavía lo conoce. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, que cantó el poeta estremecido. Preparémonos, pues, a una década convulsa en todos los ámbitos de la vida humana. Vendrán revoluciones y los sabios esgrimirán mil razones para justificarlas. Nosotros ya sabemos que, bajo todas ellas, late en verdad la revolución digital que ya arrasa el mundo en el que vivimos sin que muchos, todavía, se hayan percatado de ello. Pese a las incertidumbres, somos afortunados por pertenecer a la generación que contemplará el gran espectáculo de la mayor revolución que la humanidad experimentara a lo largo de su dilatada historia. Suena tremebundo, pero así es. Nos adentramos en años de inestabilidades revolucionarias, precisas para cimentar un nuevo equilibrio social. Así que, ánimo y prepárese a disfrutar, en lo que se pueda, del gran terremoto por venir.

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