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La década desde el estallido de la Primavera Árabe

El fenómeno conocido como "Primavera Árabe" despertó la revolución contra los Gobiernos de varios países como Túnez, Egipto, Libia o Siria. Pero, ¿qué ha sido de ello diez años después?

Este 2020 se cuenta ya una década desde que estallara la oleada de revoluciones más importante de lo que va de siglo XXI. La conocida como Primavera Árabe se desató casi de manera espontánea y supuso la materialización del descontento de millones de ciudadanos a lo largo y ancho de más de una decena de países.

El inicio de este efecto dominó político y social acontecía el 17 de diciembre de 2010, cuando el comerciante de 16 años Mohamed Bouazizi se inmolaba en plena calle en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid. Lo hacía como salida a la desesperación a la que le habían llevado unas condiciones estructurales precarias, teniendo como detonante que un agente de policía intentase cerrarle el puesto de verduras que era su medio de vida.

De forma inesperada, este episodio desató una oleada de protestas por todo Túnez a las que se sumaron decenas de miles de personas, alzando la voz contra la dictadura de Zine El Abidine Ben Ali, en el poder desde 1987 y que finalmente terminaría exiliándose a Arabia Saudí. Protestaban contra la falta de servicios públicos, la cada vez más empeorada situación del empleo y la falta de procesos democráticos que había caracterizado a sus instituciones desde hacía casi 25 años.

El ejemplo tunecino comenzó a despertar el silencioso malestar de la población en países como Egipto, Libia, Yemen, Siria o Baréin, entre otros, echándose a las calles de sus ciudades y exigiendo cambios sustanciales en la forma de gobierno o en las condiciones en de pobreza y precariedad en que se veían obligados a vivir.

En Egipto, la Primavera Árabe desembocó en la caída del dictador Hosni Mubarak, que dimitía de su cargo tras casi 30 años en el poder 18 días después de que se iniciaran las propuestas. En fin de Mubarak, que acabó siendo juzgado, dio paso a varios años de inestabilidad política marcada por la tensión entre militares y grupos islamistas.

En el caso de Libia, también se logró acabar con la dictadura de Muamar el Gadafi, que se había perpetuado al frente del poder durante 42 años, oscilando ideológicamente del comunismo antioccidental, al alineamiento con la OTAN y el islamismo. El excéntrico mandatario terminó siendo asesinado por la muchedumbre en el mes de octubre. Sólo dos días después de que se desatasen las protestas, una docena de manifestantes fueron asesinados, y pronto tomaron el cariz de conflicto armado, que desembocó en una guerra civil inconclusa que ha dividido el más en más de dos facciones. La nación norteafricana ha vivido desde entonces sumida en un constante, llegando a ser concebida como "Estado fallido".

Yemen fue el cuarto país donde se derrocó a un dirigente apoltronado desde hacía más de treinta años en el poder, el militar Alí Abdalá Salé. Pero en 2015, el país volvió a verse sumido en la incertidumbre con el estallido de una guerra civil, que tampoco ha terminado, motivada por el intento de un golpe de Estado dirigido contra el presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, que salió elegido en las elecciones de 2012, en las que era el único candidato.

En otros lugares, como el Líbano, Irak, Argelia o Jordania, las revueltas tomaron una dimensión menos virulenta, pero sirvieron para visibilizar las demandas populares y servir de apoyo a los estados vecinos.

Sin embargo, diez años más tarde, Túnez es prácticamente el único país en el que se considera que la conocida como "Revolución de los Jazmines" fluctuó en un cambio estructural democrático real.

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