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El armario mágico de los hermanos Davenport

El paso de los Davenport por España resultó un tanto accidentado. Ganaban más de 100 dólares por noche con la celebración de sesiones espiritistas. Durante su segunda actuación, se registró tanto jaleo que el gobernador civil suspendió las representaciones.

“Currito debe ir a Novedades para que los hermanos Davenport evoquen al espíritu de su padre, con objeto de que este le dé algunas reglas para matar toros”, escribía un crítico taurino madrileño en abril de 1875. No sé si el diestro, hijo del también matador Francisco Arjona Herrera, Cúchares, siguió el irónico consejo y asistió al espectáculo de los dos médiums estadounidenses en el teatro Novedades. De lo que sí hay constancia es de que el paso de los Davenport por España resultó un tanto accidentado. En Madrid, el gobernador civil ordenó suspender sus representaciones después de la escandalera que se montó la segunda noche; en Barcelona, dos prestidigitadores replicaron los prodigios de los hermanos días después de su última actuación. No era la primera vez que el público se rebelaba contra ellos, ni que los magos los ponían en evidencia.

Ira Erastus y William Henry Davenport nacieron en 1839 y 1841 en Búfalo (Nueva York), muy cerca de donde surgió pocos años después el espiritismo moderno. El 1 de abril de 1848 las hermanas Kate y Maggie Fox, de once y catorce años, respectivamente, simularon en su casa comunicarse con los muertos mediante golpes. Los chasquidos del más allá –que en realidad hacían con las articulaciones de los dedos de las manos y los pies– impresionaron primero a su madre y luego a sus vecinos. Y lo que inicialmente era una broma del Día de los Inocentes se les fue de las manos. Un año más tarde, y tuteladas por su hermana mayor, Ann Leah, ganaban en Rochester más de 100 dólares por noche con la celebración de sesiones espiritistas.

El éxito de las Fox animó a muchos a seguir sus pasos y, a mediados de la década de 1850, ya había en Estados Unidos unos 40 000 médiums.

Hijos de un policía de Búfalo, a unos 120 kilómetros de Rochester, los Davenport empezaron a comunicarse con los muertos en 1854. Al principio lo hicieron en habitaciones totalmente a oscuras, donde volaban instrumentos musicales que sonaban como si alguien los tocara mientras ellos se trasladaban mágicamente de un extremo a otro. El público, entregado, no se planteaba que los adolescentes deambularan por la estancia con total libertad aprovechando la oscuridad. Asumía que las cosas ocurrían gracias al poder de los espíritus.

Cuando pusieron en marcha un espectáculo itinerante, lo hicieron con un gran armario de tres puertas. Tras las laterales, se sentaban ellos en sendos bancos frente a frente, atados de pies y manos; tras la central, depositaban una guitarra, una trompeta, un violín, una pandereta y otros instrumentos. Entonces, el armario se cerraba, la luz se apagaba, y los espíritus hacían que la música empezara a sonar y algunos instrumentos salían del armario volando. Cuando se volvía a encender la luz y se abrían las puertas, los Davenport seguían atados.

Durante diez años recorrieron Estados Unidos con su espectáculo y en 1865 se lanzaron a la conquista de Europa. “Se habían sometido con éxito a todas las pruebas que el ingenio humano podía concebir, sin que nadie pudiera decir de qué manera obtenían los resultados. Habían alcanzado una gran reputación. Sin embargo, tenían que volver a empezar”, indicaría el muy crédulo Arthur Conan Doyle en su libro The history of spiritualism (1926).

Los Davenport llegaron a Madrid, procedentes de Lisboa,a mediados de marzo de 1875 y se alojaron en la fonda de Embajadores. Como era habitual en sus giras, lo primero que hicieron fue invitar a los periodistas a una sesión privada. Según Antonio Torres-Solanot, vizconde y presidente de la Sociedad Espiritista Española, la demostración que llevaron a cabo fue un éxito. Y, gracias a la mediación de los espiritistas locales, se programaron tres actuaciones en el teatro Novedades. La primera, el 2 de abril, colgó el cartel de “No hay billetes” a pesar de que el aforo de la sala rondaba las 1900 localidades.

En su sección 'Cartas a mi tío', en la primera página de El Imparcial, el crítico y humorista Fernanflor –Isidoro Fernández Flórez– dio cuenta de los hechos, incluidas las reacciones del público. “Usted ya conoce, tío, al público de Madrid –escribió–. Un espectador irreverente dio un silbido; otro gritó: ‘¡A la cárcel!’; estos gritaban desaforados; aquellos querían imponer silencio. El alboroto subió en terrible crescendo; no era posible entenderse… El teatro se había convertido en un verdadero armario Davenport”.

A la música de los instrumentos encerrados en el mueble con los médiums respondió el público con gritos y carcajadas. En medio de la bronca, “los pobres hermanos Davenport, maniatados en el fondo del armario, deploraban en silen-cio la incredulidad de los tiempos modernos”, decía Fernanflor. La prensa madrileña fue prácticamente unánime en su dictamen: los hermanos eran un fraude.

Durante su segunda actuación, se registró tanto jaleo que el gobernador civil suspendió las representaciones.

“Jamás en teatro ninguno se oyeron mayor rechifla ni gritería tan grande como las que los hermanos Davenport oyeron el viernes en el teatro de Novedades”, aseguraba El Siglo Futuro. Este diario consideraba que era “verdaderamente escandaloso el descaro” con que intentaban hacer pasar “simples juegos de manos hechos con destreza” por “prodigios mágicos hechos con intervención de agentes invisibles”.

A esa misma conclusión, que los Davenport eran ilusionistas, llegaron también algunos miembros de la Sociedad Espiritista Española que asistieron a una sesión privada.

A finales de abril, los hermanos actuaron en el teatro Romea de Barcelona con tal éxito que tuvieron que programarse representaciones extraordinarias. Días después de la última, los prestidigitadores Blanch y Grau anunciaron que iban a replicar los prodigios de los Davenport en el teatro Novedades de la capital catalana. Lo hicieron con un número, 'El armario misterioso', que a partir de ese momento integraron en su repertorio. “Vayan ustedes a Novedades esta noche y se convencerán de que no hay diferencia entre lo que hacían los Davenport y lo que hacen los señores Blanch y Grau”, animaba La Crónica de Cataluña después de ver uno de los ensayos en mayo de 1875.

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